XX

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Cuando las mañanas comenzaron a ser resplandecientes y las noches más oscuras se convirtieron en un lugar seguro, Phileas se dio cuenta de cuánto había cambiado su vida en tan solo unos meses. Antes, de pequeño, dormía en una litera vieja con un colchón más delgado que una caja de galletas, con sábanas rotas que a penas le cubrían del frío gélido en aquella enorme habitación donde otros niños, desafortunados como él, también dormían. Cuando finalmente pudo salir de aquél orfanato se dio cuenta de que el mundo estaba bastante podrido, no era solo en aquél convento, había mucha gente rota, Phileas no podía, ni quería, ni debía, arreglar esas roturas.

Consiguió un apartamento y la señora que limpiaba se encariñó con él, pasaba mucho tiempo en su trabajo pero cuando llegaba a la soledad de su hogar podía sentirse libre. Comía algo de lo que aquella buena anciana le dejaba y se iba a su habitación para seguir estudiando, estaba solo, suponía que se lo merecía ya que eso le dijeron durante toda su vida, la soledad sería su única compañera. Estaba acostumbrado a ella, no se le hacía molesta, era como una amiga preciada, pero aveces, deseaba compartir su tiempo con alguien, aunque fuese momentáneo.

¿Y qué si era un poco triste llegar a casa y no ser recibido? ¿Y qué si al abrir los ojos nadie le sonreía? Le gustaba el silencio, el sonido de las goteras, el ruido de la calle, y poco a poco se daba cuenta de que no estaría mal vivir en otro lugar, tener a alguien a su lado, despertar y ver a otra persona, quería compartir su soledad. Phileas había pedido un poco de amor, toda su vida había esperado por ello, ahora era feliz, bastante feliz, no podía quejarse.

Boldwood abrió los ojos y la primera cosa que vio fue a su amado aún durmiendo, envuelto en las sábanas acurrucado contra la almohada, suavemente quitó la almohada de entre sus brazos y lo jaló hacia él abrazándole. Besó su mejilla frotando sus rostros, aún dormía el castaño pero podía sentir los mimos que su pareja le propiciaba, Fogg movió sus brazos abrazándose al cuerpo de William, despojándose un poco de las sábanas. Will se percató de la cicatriz que había dejado el disparo, frotó sus dedos por encima de esta y besó el hombro pecoso de Phileas hundiendo su nariz en el cuello delgado del otro.

Aveces, solo aveces, se sentía culpable por algunas de las cosas que le habían sucedido a Phileas bajo su cuidado, no quería que nada más le ocurriera. Ahora que era su pareja se encargaría de reparar todo el daño que había en el corazón de Phileas, o al menos una gran parte, por lo menos estaba seguro de que a su lado estaría mejor. William sabía que sus padres hubiesen querido mucho a Phileas, Elliot lo habría mimado como a un niño y Wade lo hubiese aceptado rápidamente en la familia, extrañaba a sus padres, cuando la relación con los padres es sana se les extraña una vez parten, tenía a Phileas ahora, eso lo hacía sentir mejor.

Phileas abrió sus ojitos de ciervo mirando fijamente a su amado, frotó el rostro contra su pecho y se estiró sintiendo cada hueso tronar, Will lo levantó dejándole encima suyo acariciando su espalda, Fogg soltó una risita aún con voz ronca.

— Me gusta cuando me dejas encima tuyo, así puedo verte mejor.

— A mi me gustas que estés encima mío, también puedo verte mejor —sonrió, besando su cuello—, ¿dormiste bien?

— De maravilla —se acomodó sobre el pecho de Will apoyando su mentón sobre sus brazos, acariciando el pecho de su hombre—, tch, acabó la feria y tuve que pasármela aquí, quería disfrutar de ella.

— Perdón querido pero tenías que reposar para estar en óptimas condiciones —besó sus labios, acariciando la espalda baja de Phileas—. En unas semanas podríamos ir a Gales, así conoces el lugar, tengo una vivienda allá.

— ¿No es toda tu familia de Gales? Escuché a las sirvientas comentar algo al respecto.

— Mi familia materna, te presentaré ante ellos cuando estemos allá, pero te advierto que son insufribles así que no esperes demasiado.

༒El olor de las Mandarinas 〄༒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora