Capítulo Treinta y Cuatro: Karma

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Colin

Los días se sentían eternos; era extraño mirar a un lado y no verla. No lograba dormir sin ella; me había vuelto adicto a sus caricias, besos, palabras, a su aroma.

Y ahora no la tenía.

Me encantaba mentirme a mí mismo, diciéndome que no la extrañaba. Intentaba convencerme de que la odiaba, pero no era así. Estaba odiando sin odiar. Aún seguía preocupándome por su bienestar, y esa era la razón por la que un abogado se encontraba frente a mí, estrechando mi mano.

Él vino a explicarme cómo procedería la demanda que ella había presentado. Se estaban recolectando pruebas de lo sucedido, aunque lo más probable era que todo terminara en juicio. Si eso sucedía, ella tendría que volver.

Esa idea no me entusiasmaba.

—Cualquier novedad, vendré a informarle de inmediato —asentí—. Espero que su esposa regrese pronto; no es buena imagen que se haya ido después de presentar una demanda por intento de homicidio. Da a entender que miente.

Encontró la valentía para demandarlo justo cuando decidió huir.

Debió quedarse.

—Le aseguro que mi esposa dice la verdad. Si se fue del país, fue porque su madre tenía una operación. Como ya le repetí, no hay nadie que pudiera estar con ella y esa operación requiere de mucho cuidado.

Esa fue la excusa que di. Si se enteraban de que habíamos terminado el compromiso, dejarían de apoyarla. La justicia no suele ser justa, el imbécil, trabaja para el gobierno, y ella apenas acaba de llegar a la ciudad. No tendría posibilidad de ganar si se enteran de lo sucedido con nuestro matrimonio. No hay suficientes pruebas que respalden su declaración.

Solo quería que el pendejo se pudriera en la cárcel y que ella siguiera con su vida en paz. Cuando ella ganara el juicio y ese imbécil estuviera tras las rejas, yo terminaría esta mentira.

—Espero que regrese lo antes posible. No quisiera que las cosas se complicaran por eso.

«Yo espero que no».

—Cualquier cambio, avíseme.

El señor asintió antes de salir de mi oficina, dejándome solo. Pasé las manos por mi cara, frustrado. No había dormido en días y las cosas empezaban a complicarse demasiado para mí. Al menos así lo sentía. La verdad es que, en la empresa, las cosas iban genial. El abuelo estaba complacido con todos mis movimientos, los inversionistas querían cerrar tratos conmigo, y nuevas empresas estaban interesadas en mi trabajo y buscaban el prototipo que yo había creado.

Pero nada de eso tenía sentido sin ella.

Me sentía orgulloso de lo que había logrado, pero estas últimas semanas siempre pensé que cuando lograra esto ella estaría aquí.

—¿Comenzarás a girar en tu silla?

Abrí los ojos y recuperé la postura. Mi padre estaba parado frente a mí con una mirada fría y una postura recta.

—Cuando eras niño y te sentías frustrado, girabas en las sillas para desestresarte.

Juro que una sonrisa casi se le escapó.

—Luego un día me viste actuando así, lo llamaste "conducta infantil" y me golpeaste con un cinturón —el tono despreciativo en mi voz era algo que no podía faltar cuando hablaba con él—. Mil veces te he repetido que tú y yo no tenemos nada que ver. No me busques.

—Aunque no lo quieras, sigo siendo tu padre.

Resalta las últimas palabras con crueldad.

—Lo siento, no recuerdo que ese señor exista —me paré de la silla—. Lárgate de mi oficina o te sacaré a golpes.

Cinco Semanas (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora