Capítulo Treinta y Uno: Realidad

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Katherine

No quería abrir los ojos.

Quería quedarme en este lugar para siempre.

Sus brazos alrededor de mi cintura pegándome fuerte a su cuerpo. Solía abrazarme como si tuviera miedo de que me fuera. Otro nudo se formó en mi garganta. Había pasado toda la noche llorando, tratando de pensar bien las cosas. Todo siempre me llevaba al mismo punto; tenía que irme.

El miedo no es algo que se vaya de la noche a la mañana. Él me ama, está pidiendo que corresponda a esos sentimientos a los cuales yo no sé cómo responder. No estoy lista para ser amada, ni siquiera entiendo el significado. Cole merecía algo mejor que yo, alguien que no estuviera transformada por su pasado y estuviera dispuesta a darle todo de ella.

Yo no podía ser esa mujer.

Estiré mi mano para tomar mi teléfono. Tenía que comprar mi boleto de avión. En cuanto la pantalla se encendió, un mensaje de un número desconocido me esperaba. Lo había bloqueado y aquí íbamos otra vez.

"Feliz cumpleaños, linda. Espero que te guste el regalo que mandé a la casa de tus suegros. Es lo menos que podía darte después del golpe de la otra tarde. Las cosas siempre se pagan, Katherine, y tú no vas a ganar esto. Te haré pagar por lo que me hiciste."

Bloqueé el número saliendo de la cama. Ese mensaje me confirmó que tenía que irme.

—Kat...

—Duerme tranquilo, cariño. Solo iré al baño y regreso.

Acaricié su pelo dejando un beso en su frente. Lo sentía mucho, no quería dejarlo de esta forma.

No tomé mucho, nada era mío. Solo me llevé el collar y los juguetes, el camión de ropa que traía puesto y su camisa azul. Era todo lo que necesitaba para recordar estas semanas. Bajaba las escaleras con lentitud, una parte de mí segura, aferrada a este lugar, mantenía la esperanza de que él se levantara y me impidiera irme. La otra parte solo quería correr hacia el aeropuerto.

Tomé unos pedazos de papel y una pluma. No iría sin despedirme, pero dejar una nota sonaba algo fatal. Terminé por dejarlos en la mesa con el papel en blanco. Cuando cerré la puerta del penthouse, mi corazón se rompió en mil pedazos.

Nunca lo volvería a ver, este era el final y ni siquiera me atreví a decirle adiós en la cara. Saqué mi teléfono cuando entré al elevador, tenía que escuchar mi despedida de mis propias palabras. No por carta. No por un mensaje. Tenía que escucharlo de mi voz.

ᕙ⁠[⁠・⁠۝・⁠]⁠ᕗ

Ni siquiera sabía cómo regresaría a casa, salí sin tener ningún plan en mente, solo impulsada por las ganas de huir. El taxista me miraba a través del retrovisor esperando alguna indicación. Solamente mordía mi labio sin saber qué decir.

—Acabo de dejar a mi esposo —susurré con voz quebrada—, no sé a dónde ir.

Achicó los ojos en una mirada examinadora.

—¿Usted es la esposa del señor Colin Miller? —asentí sin ánimos—. Hace una semana su foto estaba por todas partes, parecían amarse.

—¿Qué se supone que significa esa palabra?

—Es cuando no puedes estar tanto tiempo sin esa persona.

—No. Eso se llama apego emocional.

—Es diferente...

—Ahora me dirás que el amor es cuando sientes que ya no puedes vivir sin sus besos, sin sus caricias, sin que te dirija una mirada. Dirás que es cuando dependes de esa persona todo el maldito tiempo y te quedas esperando una llamada, tan solo un mensaje de esa persona para tener un día feliz —interrumpí su explicación con una voz dura—. El amor no existe, es algo que inventaron los seres humanos para sobrellevar esta vida.

Cinco Semanas (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora