Capítulo Veintiocho: Solo Tú

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Colin

Era hermosa, eso no lo voy a negar, tenía un cuerpo delgado y curvas que enloquecen a los hombres, uno de esos fui yo. El problema es que su labial no sabía a fresa, como los de Katherine, no olía a durazno, como Katherine siempre solía hacerlo, sus manos no eran suaves, su pelo no era castaño y sus ojos no eran azules.

El problema es que no era ella.

La tomé de los hombros apartando su boca, me miró ofendida por el rechazo.

—Es una maldita farsa, pero eso no quita que la quiera, ella logró lo que por años intenté que tú hicieras. Katherine me enamoró —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Eres hermosa y tienes muchos atributos, pero no eres para mí, tal vez ella tampoco, pero yo lucharé para que se quede, si el destino no quiere que estemos juntos, lo forzaré a que cambie de opinión porque estar sin ella ya no es una opción.

Me levanto de la cama, acomodo mi traje frente al espejo y salgo de ahí. Venir con ella fue una mala decisión, pero ese beso era lo que necesitaba para tener un golpe de realidad, para volver con mi esposa y hablar de lo sucedido, era algo que ya no me podía callar.

Al bajar las escaleras recibo algunas miradas extrañas, pero nada alarmante, recorro el lugar con los ojos, pero ella parecía ya no estar.

«¿Dónde se habrá metido?»

La mirada furiosa de mi hermana se topa con la mía, comienza a acercarse con tanta ira que no me da tiempo de alejarme; lo siguiente fue sentir su palma estrellarse contra mi mejilla.

—¡Eres un idiota, Colin Miller! —grita llamando la atención de muchas personas—. No sé lo que le hiciste, pero sé que la lastimaste.

Llevo la mano a mi mejilla sintiendo el ardor. Unos segundos después lo que siento es la mano de mi hermano estrellándose contra la otra mejilla.

«Hijos de perra»

—Lo que sea que hayas hecho, lo vas a ir a solucionar —ordena Chris—. Ella me acaba de entregar su anillo de casados y se fue. Vas a ir a buscarla y le dirás cuánto la amas, porque te tengo una noticia, Colin: la amas más de lo que alguna vez amaste a alguien, si es que lo has hecho.

De todo lo que dijo, lo único que me quedó claro es que ella se había ido.

No tengo idea de qué otras palabras dijo, o lo que gritaron mis abuelos antes de salir corriendo a la calle. Necesitaba encontrarla, llevarla conmigo y aclarar toda esta situación.

Miraba hacia todos lados por si la veía caminando, tenía que estar cerca porque no corría tan rápido con esos tacones, tampoco conocía toda la ciudad, solo sabía ir a los lugares más cercanos. Entre más alejado estaba y más tiempo pasaba, sentía que la había perdido, que se había ido definitivamente.

Aceleré mis pasos desesperados, ella ya no estaba aquí, ni en el antiguo parque donde le gustaba venir con mi sobrina. Le fascinaba cómo caían las hojas, aunque no fuera otoño. Al menos quería la oportunidad de decirle lo que siento, de tratar de que se quedara conmigo.

No estoy seguro de cuántas calles caminé en su búsqueda mientras llamaba su número, no tenía respuesta, me mandaba a buzón. Le dejé mensajes hasta el cansancio, hasta que comencé a sentirme agitado por la larga caminata. El destino estaba de mi lado, me detuve frente a una pastelería rodeada de gente y la vi.

El aire volvió a mí.

Estaba recargada en la ventana con los ojos llorosos, comía algún pastel que desde mi posición no se veía bien. Corrí hacia allá. Abrí las puertas haciendo sonar la campana, la encargada me recibe con una sonrisa, pero la ignoro para ir con ella.

Cinco Semanas (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora