Epílogo

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Katherine

Un año y medio después

Tragué saliva mientras un escalofrío recorría mi cuerpo entero. Mi pie se movía ansioso debajo de la mesa; quizás no era lo adecuado estar allí, pero lo necesitaba.

Era mi manera de decirle adiós a esa pesadilla. Mi terapeuta dijo que la mejor forma de superar las cosas era enfrentándolas cara a cara, pero nunca pude hacerlo, ni siquiera en el juicio. Evitaba mirarlo, pero ahora estaba allí sentada, esperando que lo trajeran para cerrar ese capítulo de mi vida que tanto me había marcado.

No lo olvidaría jamás; era una parte imborrable de mi historia, una experiencia que me demostró mi propia fortaleza. Aunque es verdad que hubiera preferido entender eso de otra forma, pero nosotros no elegimos nuestro destino.

Aunque no estaba rodeada de otras personas, ya no me intimidaba. Ya no tenía ese poder sobre mí; solo me ponía nerviosa estar en ese lugar tan horrendo. El ruido de la puerta abriéndose me hizo voltear; un oficial entró con él, su pelo casi rapado, un ojo morado y el labio partido.

Una extraña satisfacción me invadió al verlo esposado y demacrado, haciendo que los nervios se desvanecieran.

—Tienes treinta minutos, Cooper —lo arrojó frente a mí antes de retirarse.

No iba a quedarme mucho tiempo allí; tenía cosas que hacer.

—De todas las personas en el mundo, no esperaba verte a ti —sonrió de manera demente. Aquella sonrisa que alguna vez me provocó miedo, ahora solo me daba pena.

—No te preocupes, no me quedaré mucho tiempo —dije cruzando los brazos y esperando a que se sentara. Lo hizo—. La verdad es que solo vine a ver cómo te pudrías en la cárcel, a llenarme de satisfacción al verte así. El karma siempre llega.

Apretó la mandíbula. Hace un año, eso me habría hecho retroceder y temblar de miedo. Pero ahora me mantuve firme, porque lo único que me provocaba era asco y repulsión.

—Eres una maldita zorra. Ahora estás vestida con marcas caras, pero eso jamás te quitará lo puta. Estar casada con un millonario no borrará el hecho de que te acostabas con hombres por dinero.

Las ganas de golpearlo me invadieron, pero sabía que no podía hacerlo con los policías alrededor.

—Si fuera tú, cuidaría mis palabras. Porque así como hice que terminaras en la cárcel, podría hacer que sufras lo mismo que yo esa noche.

Lo miré con odio, con una expresión que solo revelaba mi deseo de golpearlo.

Sabía que no había ganado el juicio por justicia, sino por el respaldo del apellido "Miller". Odiaba eso; muchas mujeres no tienen un apellido poderoso que las respalde, y tienen miedo de hablar por temor a ser silenciadas con un golpe. La corrupción era una mierda, por eso fundé una organización para ayudar a mujeres y niños que sufren violencia. Era mi manera de ayudar a quienes pasaban por lo mismo que yo.

Aunque quisiera hacer más.

—¿Tú fuiste quien me mandó a golpear? —preguntó aunque pareció más una afirmación. Encogí los hombros, dejándolo con la duda. Obviamente no había sido yo, pero me habría encantado—. Cuando salga de aquí, será tu perdición, maldita.

—Ahórrate tus amenazas —dije, rodando los ojos—. Eres tú quien se está pudriendo en la cárcel, viviendo un infierno cada día, despertando con la esperanza de que sea el último. ¿Adivina qué? Mientras tú te pudres aquí, yo soy malditamente feliz. Y, a diferencia de ti, rezo todos los días para que sigas vivo, porque la cárcel no es suficiente castigo por lo que me hiciste.

Cinco Semanas (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora