Jonas sostuvo sutilmente la nuca del catzul en presunta caricia. Apuntó a sus labios, tras haberlos tocado con sus dedos podía saborearlos antes de tiempo, ansiando su roce tibio.
Se acercó, pero no alcanzó a besarlo.
Un duro pelotazo en la cara lo tumbó hacia atrás, dando un remezón a sus sucios pensamientos. Dolorido volvió a sentarse con la mano en el rostro, tratando de entender qué había...
—¡¿Qué haces, imbécil?! —desde el borde de su terraza, Eric alcanzaba a verlos. Imponente capataz, sentenció al mago con una mirada. Fue él quien pateó el balón de fútbol y dio justo en el blanco— ¡Como le pongas un dedo encima te voy a triturar!
—¡¿Qué?! ¡No, no! ¡Aquí no pasa nada! —Jonas titubeó aturdido por el golpe, viendo a Gian bajar para sacar la pelota de entre los arbustos— ¡No es lo que parece!
—¿Qué pasa? —preguntó el catzul sin entender la disputa— ¡Ten cuidado! Casi le rompes la nariz.
Gian lanzó la pelota de regreso a su dueño. Aunque Eric la atrapó y sus pupilas se cruzaron un instante, el semblante del humano permaneció endurecido y no le dirigió la palabra. Alzó una última mirada hacia Jonas, dejando una severa advertencia implícita antes de dar la vuelta y regresar a su casa.
«¡¿Por qué tengo tan mala suerte?!», al mago se le iba a salir el corazón del susto, sus manos y piernas temblaban, por un segundo creyó que Eric iba a golpearlo. «Pero me salvé ¡Me salvé de ir al hospital! No quiero ni pensar lo duro que golpea».
Se metió a la casa y resbaló con otra cuenta de bisuteria. Al menos esta vez no alcanzó a caer ni se golpeó, con la última caída y el pelotazo era suficiente.
Tenía sueño, le dolían la cara y el trasero. Sus pulseras estaban rotas, la pila de platos y ollas sucias seguía apestando en el lavaplatos, y no consiguió robarle un beso al niño gato.
Su mañana era miserable.
—¿Qué pasó? —desconcertado, Gian preguntó a su amo cuando cerraba la puerta.
—Olvídalo ¡olvídalo todo! —pidió Jonas buscando el pan—. Hay que desayunar. Ah... No, espera —sacudió la cabeza con las manos en alto—, sí pasó algo. Escucha, Gian —lo miró fijo, uniendo las manos al frente—. Lo siento. No debí gritarte hace un momento, estuvo mal.
—Pero rompí tus cosas —el catzul se encogió de hombros sin entender, y comenzó a recoger la bisutería del suelo—. Fue mi culpa.
—Pero no... ¡Agh! Bueno, ya me disculpé —resopló deseando olvidar ese desastre—. Ven, deja eso, tenemos que desayunar o llegaremos tarde.
—¿Tarde? ¿A dónde? —no le hizo una pizca de caso, él siguió gateando por el suelo, recogiendo cuentas de colores.
—Al veterinario... —Suspiró aliviado, al fin sentándose en el banquillo para beber su tazón de leche chocolatada y, a falta de pan, comer galletas—. ¿Gian? Serví tu...
Un platito con leche y otro con atún esperaban sobre el mesón, pues si algo le parecía peor a Jonas que comer con un gato sobre la mesa, era dejar la comida del dueño de casa en el suelo. No podía ser tan descortés.
Pero ¿Cuándo subía Capuchino a comer? El amo cortó sus palabras al ver un ojo de Gian asomado desde el pasillo, aún gateando por el suelo. ¿Absorto en su tarea de recuperar las cuentas de bisutería? No. Se veía receloso.
—¿Cómo que al veterinario? —al catzul no le gustó la idea, la pregunta regresó el estrés a su amo—. Estoy bien, no necesito veterinario.
—Eso lo decide el veterinario, no nosotros —impuso repicando el plato del gato con las uñas, llamándolo a comer—. Tienen que sacarte los puntos ¿O usarás el cono plástico por siempre?
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Corazón Felino
Fantasy🏳️🌈Jonas odia a los gatos, pero Gian es más gato que humano ¿Entonces qué? *** Un par de adolescentes torcían sus sendas en la vida cuando estas se cruzaron. Podían definirse como dos grandes errores de crianza; Jonas, el mago a quien se le había...