Sin interrupciones (+18)

111 16 18
                                    



«Soy un gato... Sólo un gato.

»Maldito sea mi subconsciente por guardar retazos del infierno vivido, esconderlos de mi razón bajo un paño, para enredarlos en mi cuello por las noches e inyectar lágrimas tras mis ojos durante el día... sin decirme por qué.

»¿Por qué? Sé por qué, sé del accidente que sufrí, mas no lo recuerdo. Es confuso.

»En este punto, cada vez que duele mi vientre y hombro, a mi pecho le falta el aire. Recopilando cada pesadilla difícilmente podría diferenciar los recuerdos recuperados de los inventos de mi imaginación.

»Como sea; asusta. Dormir solo me asusta. No decido a qué tengo más miedo, si a las pesadillas, o a volverme dependiente del salvavidas con el que las evito. Pero lo agradezco».

Desde el pánico en el sueño. Donde líquido ardía y oxígeno escaseaba en el pecho. Las costillas crujiendo a cada espasmo. Los ojos ciegos. Ni palabras ni gritos humanos conseguían formarse. Maullidos fueron la única súplica posible.

Gian fue sacado de ahí abruptamente.

La pesadilla que revelaba sus recuerdos suprimidos fue interrumpida por el abrazo de su amo como una manta. Mismo amo que alivió su sufrimiento en el accidente, quien sanó sus heridas internas regresando el aire a sus pulmones... En el sueño, Capuchino extendió su pata entre los barrotes de su jaula y la posó sobre el muslo de su nuevo amo. Sintió su calor y aura mágica. Se aferró a su compañía. Suspiró. Se calmó y ronroneó.

Cálido y reconfortante sueño extendió una sonrisa en sus labios llevándose los minutos, hasta que, tras un par de vueltas acomodándose en la cama, extrañó a quien creyó dormía a su lado. Extendió su brazo buscando a ojos cerrados, sin encontrar más que mantas frías.

—¿Jonas? —murmuró amodorrado, frotando la cara contra la almohada. Boca abajo irguió el torso, miró a su alrededor apartando sus rizos despeinados. Hallándose solo se quejó—: Oh, ñaw... Creí que...

Escuchó la ducha y su pena cedió. No estaba solo en casa; Jonas se duchaba.

El catzul se sentó en la cama, por adormilado que se sintiera quería saber cómo le fue a su amo en la entrevista de trabajo, acompañarlo si iba a comer algo o... más bien, necesitaba su cercanía para conciliar un mejor sueño, pues aún sentía el amargor de la pesadilla haciendo grandes y vacíos los espacios a su alrededor.

Pero Jonas tardaba.

Fue cuando se convirtió en gato y subió a espiar. Maulló y arañó la puerta, ¡no podía evitarlo!, no obstante, recordó lo que debía estar haciendo en el baño además de ducharse y huyó al primer piso antes de que el mago abriera la puerta.

Jonas se enfadó un poco por el frío que sintió al abrir la puerta sin más que la toalla puesta, pero no podía con el gato. Entendía por las malas que eran criaturas impredecibles, y con todo el amor que le tenía era imposible regañarlo, sólo podía pensar en castigos sobrados de besos y mimos para él.

De regreso en la habitación, Gian bostezó, se tambaleó mañoso arrastrando los pies y frotó sus ojos sintiendo frío. Encendió la chimenea, buscó en un armario y tomó el suéter de Jonas, aquel que jamás le vio al mago puesto. Sí, aquel con el que lo envolvió tras el accidente y que le robó descaradamente; usarlo lo reconfortaba volviendo prescindibles los de su Bueli, a los que apenas les quedaba un rastro del aroma de su querida ama.

El aroma de Jonas podía estar mejor.

Se sentó en la cama a esperar, cayendo dormido a ratos con la cabeza ladeada.

Corazón FelinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora