Nueva Perspectiva

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Viernes 30 de Julio de 2004

—¡¡Pedazo de estúpido!! —gritó Luther, o más bien gimoteó sosteniéndose la cabeza—. ¡Capuchino robaba el orbe magistral del concurso! Lo tenía, ¡por tu culpa lo perdió! ¡¡¡Aaayay!!! —Aflojó derrotado, sucumbiendo al lloriqueo se estrujó la cara con los dedos—. No, no... Bastante maldición llevo encima, ¿tenías que aparecer con tu mala suerte? Aah ay, ay... —Se hizo bolita sobre el sofá apartando a Jonas con sus pies, los que estaban envueltos por calcetines lanudos—. No puede ser... Ese orbe, Jonas —explicó viéndolo de reojo desde su rincón del sofá—, es lo único capaz de romper la maldición.

Luther quería llorar de rabia, se cubrió con ambos brazos, tratando de ocultar su rostro hasta conseguir recuperar la compostura. Obligado a comportarse como un buen líder no podía sacar a su invitado lanzándole libros como hubiera querido.

El citadino recién caía en cuenta de que había arruinado un plan maestro, de suma importancia para la familia Anwandter, con su sola presencia. Boquiabierto, asqueado, volvía a repudiar su suerte como si esta fuera la real causante de las desgracias a su paso, en lugar de su destacada insensatez e impulsividad... Porque, la verdad, ¿quién hubiera lanzado un hechizo a un simple gato, salvo él? ¡pudo haberlo apartado de un manotazo!, Capuchino hubiera seguido su camino.

Aún sin reconocer su propia culpa como tal, Jonas se disculpó preocupado por la desgracia sobre los Anwandter. Intentó, pero no pudo acercarse al arisco líder del club, quien pataleó ahogando los gritos contra un cojín.

Luther no resultó ser como Jonas pensó: él creyó pasar una tarde incómoda y extraña soportando a un mago experto de apestoso ego. Tomando en cuenta la situación, ¡la gran oportunidad que hizo perder a la familia de magos ancestrales!, imaginó ser convertido en rana, humillado o algo peor. Pero no. Luther lidió con su arranque de frustración y rabia él solo.

El parentesco entre Luther y Gian se hizo visible cuando, de un momento a otro, el ancestral se reincorporó irguiéndose con decencia para acomodar su cabello, como si nada hubiera pasado. «Ambos son raros —pensó Jonas. Luther siguió bebiendo su chocolate y bajó la vista, era como si su fuego interno se hubiera empapado—. Por cómo hablan, ambos parecen muy orgullosos y prepotentes, pero... quizá no lo son. Supongo que así es como lidian con sus problemas... Solos. Manteniendo a todos a raya, como si por mucho fingir ser autosuficientes pudieran realmente serlo».

Los tristes ojos verdes se perdieron un rato. La decepción que llevaba un mes taladrando sus pensamientos hizo más ruido que nunca; tras todo lo estudiado, lo planeado, con lo difícil que a él, su padre, abuela y bisabuelo les fue preparar todo, ¡y el riesgo que corrió Gian!, quien, primo o no, amigo o no, sí le importaba, aunque ambos fueran unos retrasados emocionales dándolo a saber y se trataban pésimo.

Estuvieron cerca. Tan cerca de que el descenso al infierno de la familia acabara.

«Mierda —resintió el ancestral cerrando los ojos con fuerza un último instante—. ¿La diosa Irhea me mintió?».

Sacudió la cabeza y procuró concentrarse en el presente y futuro, no en oportunidades pasadas.

—De verdad lo siento —insistió Jonas—. Yo sólo estaba ahí, no tenía idea de nada.

—Sí, sí. Perdón —pidió el líder con zalamería, batiendo el abanico de sus pestañas y apartando sus desordenados rizos—. No eres estúpido, Jony; sólo un ignorante que siempre está parado en el peor lugar.

—Sí, ese soy yo —asumió decaído—. Siempre. ¡Ese día fue la cúspide de la mala suerte para todos! Pero... perdona mi ignorancia. Tu familia es tan adinerada. ¿No pueden comprar una gema de esas?

Corazón FelinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora