Ingenuo

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«Esto no tiene que ver conmigo. No es mi culpa, yo hice lo que pude.

»Soy una persona común y corriente; merezco ser amado... Sólo que él no pudo.

»No pudo.

»No pudo; simplemente porque no resulté ser el indicado... O él mismo no se lo permite.

»Sus heridas no se lo permiten.

»Como sea, su amor no es algo que alguien pueda controlar. Sus heridas tampoco son de mi responsabilidad.

»Me he esforzado y he rogado lo suficiente. Me corresponde dar un paso al costado para dejar de lastimarme».

Jonas sabía qué hacer con su corazón roto, tenía claro hasta dónde llegaba su responsabilidad afectiva y comenzaba la del otro; que no era su deber reparar a nadie ni estaba bien rogar para ser aceptado. Comprendía que una ruptura amorosa, o haber sido rechazado, no le restaba valor a su persona ni mucho menos significaba que no merecía ser amado; las cosas simplemente no se dieron; su esfuerzo e intenciones no fueron correspondidos; aunque intentó, su amor no floreció.

Estaba bien. Estaría bien. Todos se equivocan a veces, los corazones jóvenes suelen ser impulsivos y elegir mal.

En casa, en su casa, su familia aún lo amaba. Él seguía considerándose alguien valioso, digno de ser amado.

Pero dolía. Tenía que doler. La herida recién hecha en su corazón punzaba insoportablemente; eso también era completamente normal y esperable.

Dio mil vueltas en la habitación, parte de su corazón era necio y se negaba a aceptar lo sucedido, siéndole imposible soltar la esperanza. Seguía atento a cada sonido, a cada paso en el segundo piso, deseando que Gian regresara y se dignara a hablar con él. Que juntara valor o aclarara el incomprensible despilfarro que llevaba en la cabeza y el corazón. Porque sabía; él estaba seguro de que había afecto en el catzul para él, si era o no el amor romántico que anhelaba era otro punto misterioso, pero no cabía duda en que al menos lo consideraba un buen amo.

Pero, de ser así, ¿por qué quería perderlo?

Cayó la noche y el catzul no bajó. Sus pasos se volvieron pasitos inaudibles salvo por el cascabel de su collar. Ya de madrugada se le escuchó corretear, ¿acaso jugaba con alguna rata moribunda? Jonas despertó un par de veces, mas no lo quiso averiguar. Resultaba indignante que tras la reciente discusión Capuchino aún tuviera ánimos de jugar.

Jonas a ratos olvidaba que a veces el gato era sólo eso; un gato.

Martes 21 de septiembre de 2004

La primavera llegó disfrazada de otoño. Silenciosa. Casi ausente. Con flores empapadas y aplastadas por chaparrones nocturnos, y la mañana bajo un cielo nublado que, a pesar de su gris y azul, se negaba a soltar el llanto.

Desde la muerte de Mariel que el lazo de Capuchino hacia su lado humano se debilitaba. Era cada vez más frecuente que la mente felina tomara el control de sus acciones, en especial en noches como aquellas; cuando Gian odiaba ser un humano.

Odiaba pensar. Odiaba poseer sentimientos complejos. Odiaba sobrepensar esos sentimientos, no poder controlar las emociones que lo desbordaban... Ese miedo, terror al pasado y el amenazante futuro. Pavor angustiante que no desaparecía huyendo ni escondiéndose bajo el sofá, algo que su mente felina podía fácilmente solucionar con un buen escondite, marcar su territorio y pasar unos minutos en silencio.

Así fue; Capuchino perdió su consciencia humana el anterior anochecer, correteó alterado, orinó unos cuantos puntos descuidados de su territorio y se escondió. El silencio lo calmó, pronto escuchó una rata moverse entre los arbustos y la atrapó. La llevó dentro de la casa donde jugó con ella hasta que la mató, entonces la dejó como obsequio junto a la cama donde su amo dormía.

Corazón FelinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora