Merecida disculpa (pt.2)

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Mayo de 1995

3:20 PM

Otoño en Ange. Llovía bajo nubes espesas, nada nuevo.

Robert había puesto una película en la habitación de Mariel. Se acomodó a verla pero cayó dormido, soltando ronquidos a los primeros minutos, como de costumbre.

Recostado como un pancito al pie de la cama, con sus patas y cola debajo del cuerpo, Capuchino se quedó viendo la película en el ambiente azulado y oscuro. No solía interesarle la televisión, por lo que su mirada y orejas atentas a la pantalla ganaron la atención de la abuela.

Era domingo, la Cat-Fetería estaba cerrada y Mariel tejía sentada en su mecedora en su día libre. Nada contenta. No le parecía bien que Robert pusiera "ciertas películas", mucho menos que Gian las viera. Para su propia desgracia, no solía usar más que desaires y malas caras para expresar su desacuerdo... Salvo, claro, cuando su paciencia estallaba y soltaba cosas por las que después se arrepentía.

Pronto pasó lo que temía; Gian se sentó al pie de la cama en su forma humana. Tenía una pregunta... y bastante miedo de expresarla pues, así como Mariel, él también temía expresar su opinión.

—Amor romántico... —mencionó dudoso. Su Bueli alzó las cejas en alerta ante el tema—. ¿Es... lo que me decía Amanda?

—Sí, mi niño. Es "ese" amor —suspiró con evidente desagrado por aquella palabra.

—Pero ella es hecan —señaló la TV con preocupación, refiriéndose a la protagonista—. Él la besó. Eso está mal... ¿verdad?

—Es una película —asintió con desdén—. En las películas hacen creer que todo es bonito, que se van juntos y ahí comienza el "felices para siempre", pero en la vida real ella no estaría así de contenta. Tendría miedo, porque ese hombre apenas la conoce y quiere llevarla lejos de sus amos sólo porque es joven y bonita, para hacer cosas que ella probablemente no quiera. Quizá estén bien un tiempo, pero él pronto amará a otra chica y ella no podrá irse de su lado; tendrá que quedarse aunque la traten mal, viendo que dan todo el amor a alguien más.

—Ooh... Entiendo —acató casi en son de disculpas por haber preguntado. Su semblante decayó angustioso, ya sin conseguir disfrutar la película que, su abuela decía; era una linda forma de contar una desgracia.

Aunque su intención siempre fue prevenirlo, protegerlo de ciertos males existentes y que él no conseguía divisar, la abuela creó un monstruo enorme en el subconsciente del pequeño catzul; uno que no sólo asemejaba el romance a una soga en su cuello, sino todo afecto recibido a la falsedad, condiciones, premios y culpas.

La desdichada película tampoco ayudó. El romance de los protagonistas no tuvo final feliz, y el hombre que se había enamorado de la hecan falleció por salvarla cuando el barco en el que viajaban se hundió en aguas gélidas. La expresión de Gian fue lamentable. Permaneció firme, fingiendo cuanta indiferencia podía, pero quería llorar. No sólo la historia; el mundo entero era demasiado triste a sus ojos. Quería soltar que a veces, en momentos así, la sociedad humana con su maldad, discriminación y egoísmo, lo abrumaban al punto de desear no existir en el mismo mundo que los demás.

—¿Ves? —resopló la abuela, disconforme con la película—. Siempre termina mal.

—¿Por qué él se dejó morir? —dudó el niño en un tímido hilo de voz.

—Por salvarla —contestó Robert con fastidiosa obviedad, acomodándose. Era difícil saber cuánto tiempo estuvo despierto—. Porque la amaba, y verla morir lo hubiera hecho sentir más muerto que perdiendo su propia vida.

Corazón FelinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora