Jueves 29 de julio de 2004
8:00 PM
«¿Soy diferente?», meditaba Gian en la ducha. Medio ido. Adormilado por el calor del agua regada sobre su cabeza y hombros. Ladeó la cabeza con los ojos cerrados, deslizando sus largos dedos sobre párpados y mejillas, delineando quijada y cuello.
Estrechó sus brazos alzando el rostro cuan atrás permitiera su cuello, cuya manzana se agitó tragando un par de gotas tibias. Se relajó recibiendo el agua sobre su mentón y torso. —Suave —musitó. Podía palparse de arriba a abajo y decirse satisfecho. Acababa de rasurar el "feo" vello humano de todo su cuerpo, al que jamás se acostumbraba.
«Me siento diferente —divagó. Las yemas de sus dedos deslizándose de entre sus costillas hasta su estrecha cadera—. Piel. Carne. Hueso... —frunció el ceño, reconociendo la falta de grasa bajo su piel lechosa—. Pero ¿qué es tan diferente?».
Gruñó bajo. La diferencia estaba ahí, expuesta en la facilidad con la que su carne endureció al ser tocada y estrechada por sus puños. En las fuertes sensaciones que solía desconocer... En el placer perteneciente a su cuerpo, el que ya no podía dejar de explorar.
No solía ducharse en las noches. Así como no solía necesitar saciar sus anhelos, antes que estos se salieran de control.
Masturbarse en la ducha, poco antes de ir a dormir, le resultó extraño desde el primer día. Pero era la décima vez que lo hacía, en aquel punto podía confiar en sus buenos resultados; hacerlo cansaba a la lujuriosa bestia en sus entrañas, acallando sus susurros. Le permitía compartir la cama con su amo en paz, robar su calor y recibir sus "inocentes caricias". Podía dormir, sin siquiera soñar, en espera del siguiente día.
Pero, ¿qué tan infalible era la técnica, y cuál era su costo?
A falta de práctica, y sabiendo que Jonas lo esperaba, alcanzar el orgasmo era difícil. En su torpeza, más de una vez se le escapó insatisfactorio, como si sus ansias y el placer cayeran por un barranco, dejándole una desagradable punzada bajo la carne al expulsar su fluido.
Pero no aquella noche. Parecía estar aprendiendo de sí mismo.
Al terminar regó cada rastro del placer exprimido, borrándolo cual escena del crimen.
¿Y el costo? ¿Disfrutar de sí mismo tenía un costo?
No debía. Pero ahí estaba el hijo de las culpas mal repartidas, limpiando con prisa y los hombros encogidos, sorteando la única técnica que le daba control sobre sus nuevos instintos, contra la sensación de que hacerlo estaba mal.
Pero, ¿por qué? «Diablos, ¡¿por qué me culpo?!», se preguntó una vez más, secándose la cabeza bruscamente con la toalla. Nadie jamás le dijo que masturbarse era malo. Nadie mencionó el tema en absoluto... quizá por eso a su subconsciente lo asustaba. Sin aprobación a su comportamiento, se sentía inseguro.
O era el reflejo de la abuela, el restar importancia a su existencia, dando los placeres como innecesarios o hasta inmerecidos para su persona, lo que aplastaba su pecho.
—Basta. —gruñó ante el espejo, bajando la toalla para mirar en sus propios ojos—. Es mío y para mí. No tiene nada de malo. Nada.
«Sé que Jonas hace lo mismo en las mañanas, ¡es completamente normal!», asintió altivo, lidiando consigo mismo.
Vistió su boxer, una camiseta negra y bajó corriendo a la habitación del primer piso, donde había olvidado sus pantuflas.
Jonas veía televisión como siempre, sobre la cama y con los pies cubiertos a pesar de la chimenea encendida. Vivía en el paraíso cada tarde: relajado, con el estómago lleno, tras recibir las lecciones de cocina y repostería de su chef favorito, quien a veces le hacía sentir que realmente tenía talento para la cocina. No obstante, la guinda sobre su pastel diario comenzaba en aquel dulce momento; cuando los "hilos blancos" corrían escalera abajo esquivando el frío, contrastando en la habitación vagamente iluminada. Gian le daba la espalda y se secaba el cabello ante el gran espejo, situado al pie de la escalera... Sin recelo, como si él no estuviera ahí, o se conocieran de toda la vida.
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Corazón Felino
Fantasy🏳️🌈Jonas odia a los gatos, pero Gian es más gato que humano ¿Entonces qué? *** Un par de adolescentes torcían sus sendas en la vida cuando estas se cruzaron. Podían definirse como dos grandes errores de crianza; Jonas, el mago a quien se le había...