Linaje maldito

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Viernes 30 de Julio de 2004

2:40 PM

"Dale a Gian la ducha helada que se merece", releyó Jonas sentado en el autobús. Solo. Otra vez solo.

Al mago chismoso solían gustarle los misterios. Ya no tanto. La carta de Robert se convirtió en uno de esos que no le gustaron para nada; era un papel viejo en el que un número de seis dígitos fue escrito con prolija tinta, al parecer, hacía décadas. Al reverso la nota mil veces releída fue escrita con bolígrafo azul, por las manos temblorosas de un anciano.

No había más.

«Dale a Gian la ducha fría que se merece...», meditó insistentemente, ignorando las gotas de lluvia que golpeaban la ventana. Guardó el papel en el bolsillo interior de su chaqueta, procurando dejar los pies quietos. El recorrido del bus parecía llegar a su fin, con ello, él a su destino.

Nadie más se quedó hasta llegar al terminal, literalmente el final de la avenida, donde esta se cortaba en un sitio eriazo, sin más que una hilera de grandes propiedades a la derecha, hundidas entre el arboretum y el río. En cuanto él descendió, la máquina dio la vuelta en el lodoso terreno y se estacionó a doscientos metros, ante la cabaña de descanso de los conductores.

—¡Agh! Qué viejo loco, la guerra le botó los tornillos en serio —rezongó Jonas aún pensando en Robert, abriendo su paraguas para comenzar a caminar. James le había dicho; además de ser machista y violento, Miller estaba medio chiflado—. ¿Que le de una ducha? —consideró en voz baja, sin contener una sonrisa morbosa—. Encantado... Pero, ¿helada? Creo que es una rara y sutil forma de pedir que relajemos las hormonas.

¿Y qué significaba el número? "321940". Sabía más de chino que de numerología, si aquel era un mensaje oculto estaba jodido.

—¿Gian sabrá qué significa? —consideró angustioso, esquivando los charcos lodosos con vista en la calle nueva y pavimentada a pocos metros—. Agh... Pero no puedo. No puedo decirle que Robert lo abandonó... Yo quisiera no saber que mis padres hicieron lo mismo.

«Y se asustará. Se asustará mucho al saber que el único amo que le queda soy yo; un mago atolondrado. No tengo idea de cómo haré para conseguir energía ahora que mi amuleto familiar se está rompiendo». Tragó una lágrima alzando la vista a su alrededor. No era momento para largarse a llorar sobre lo jodido que estaba; necesitaba hablar con Luther. El mago ancestral era actualmente su esperanza.

"Ve el lado bueno; en tu caso el trabajo viene de la mano con la obtención de energía —le había dicho James horas antes—. Tute puede enseñarte. ¡Eres miembro de La casa Anwandter! Con ese antecedente llevas la ventaja".

—Espero tengas razón, James —murmuró afligido—. Pero... ¿Quién contrataría a un inútil como yo?

"Te bajas en el terminal del autobús. Verás una calle al fondo, donde sólo hay bosque y el humedal a la orilla del río. Sin salida, sólo posee casas por el lado este; la mía es la 109". Seguía las instrucciones escritas en la invitación que le envió Luther.

«Gian dice que aprendo rápido. Él confía en mí —aceleró el paso con convicción—. Confía en que no voy a abandonarlo, ¡o quizá aún duda! Si es así, con mayor razón no voy a decepcionarlo. Él necesita confiar en alguien, no puedo traicionar la oportunidad que me está dando, por estrecha que sea».

Vio el 109 grabado en un muro blanco y tocó el timbre trotando en el lugar, ansiando refugio. El alero ante la ancha puerta de acero no le era suficiente. La lluvia se intensificaba, como buen capitalino aún no se acostumbraba a los "diluvios" que los locales consideraban lluvia de mediana intensidad. Claro, en Yuyeog abundaban los grandes cuerpos de agua y tierra cubierta de vegetación en lugar de cemento; por mucho que lloviera el agua fluía a donde la naturaleza dictaba, no amenazaba con desbordar canales cubiertos de concreto, ni inundar calles y casas. Aún así el fuerte ruido lo ponía nervioso, en especial si andaba fuera.

Corazón FelinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora