Domingo 29 de junio de 2004
5:30 PM
Atardecía. El sol se despedía abriendo una brecha horizontal entre las nubes, las islas cercanas, y las aguas donde el río Yuyeog y el océano disputaban constantemente cambiando de dulces a saladas.
Por unos minutos la luz solar se filtró por las ventanas al frente de la casa, la cocina y el comedor. Su luz era difuminada por el plástico y la cinta adhesiva que Jonas usó para sellar la casa, aún así pudo recogerla con sus manos para convertirla en un ramo de girasoles.
Orgulloso, el mago ostentó su creación en un jarrón de greda, sobre la mesita del comedor. Satisfecho volteó y, manos en la cadera, admiró el resultado de su arduo trabajo; un ambiente limpio, relativamente ordenado.
Su mamá lo hubiera hecho mejor y en menos tiempo, pensó. Su papá habría reemplazado cada cristal roto y reparado las tablas sueltas de la escalera sin necesidad de magia. Y su hermana, ella sabía dar armonioso orden a los espacios, ¡parecía magia!, pues con los mismos objetos podía lograr que un ambiente se viera más grande.
Un puchero melancólico aguó el orgullo del recién emancipado. Extrañaba a su familia. Tras hacer todo solo se sentía cansado, sucio, y a cada detalle comenzaba a creer que algo faltaba o pudo hacerlo mejor.
No se daba cuenta de que su reciente buen trabajo se debía justamente a que lo habían dejado solo. A que, sin ayuda ni opciones, si quería hospedarse en una casa decente debía esforzarse por solucionar sus problemas por sí mismo.
De haber tenido a su familia cerca él se hubiera hecho a un lado, ayudando el mínimo posible, si es que hubiera hecho algo más que poner música y sentarse a esperar su comidita.
Su estómago gruñó. Los emparedados ya no se veían apetitosos, pero no sabía cocinar.
—¡Oh! Bueno —suspiró abatido cuando el último rayito de sol subía por sus cabellos y a lo alto del muro hasta desaparecer. El sol terminaba de ocultarse tras una isla—, al menos ya no está tan helado ni hay tierra y musgo aquí. Es una casa habitada —concluyó tomando otro emparedado de su bolsa, resignado a comerlo—. Me pregunto si es seguro encender la chimenea.
Caminó hacia la sala pero, recordando que su compañero de casa seguía encerrado y no contestaba desde hacía horas, se detuvo ante la puerta de la primera habitación.
Pegando la oreja a la madera consiguió escucharlo. Gian roncaba despacio.
«¡Faaah! ¿Duermes la siesta, bebé? ¡Y yo preocupado por ti!». Boquiabierto, siguió su camino a la sala para revisar la chimenea. «Siquiera pudiste dejar la puerta abierta para limpiar la habitación... Y para verte dormir».
—Mmh... No sé controlar el fuego —resopló sentándose en el sitial ante la chimenea, picando los restos de carbón con el atizador que estaba a un lado. Descartaba encenderla—. No quiero causar un incendio. ¡Agh! ¿Y ahora qué? Ni siquiera hay televisión en esta casa prehistórica, moriré de aburrimiento.
Hizo berrinche "derritiéndose" en el sofá como un infante, casi hasta el piso. Pronto entró en razón y se sentó con propiedad ¿Cómo esperaba que no lo consideraran un completo inmaduro si actuaba así?
«Necesito distraerme hasta que Gian despierte, ya casi es hora de su medicina y dolorido se pondrá rabioso otra vez», pensó levantándose para dar un vistazo a la pila de cuadernos que él mismo había recogido y "ordenado" sobre la chimenea.
Desalineados, algunos abiertos hacia el lado contrario, él sólo los había arrumbado ahí, amontonando a un lado los gatitos y minúsculas tacitas de cerámica que debían decorar la chimenea.
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Corazón Felino
Fantasia🏳️🌈Jonas odia a los gatos, pero Gian es más gato que humano ¿Entonces qué? *** Un par de adolescentes torcían sus sendas en la vida cuando estas se cruzaron. Podían definirse como dos grandes errores de crianza; Jonas, el mago a quien se le había...