setenta y cinco.

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Las coordenadas marcaban una fábrica textil, abandonada y cerrada desde hacía más de una década, resultado de leyes ambientales implementadas en la última década

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Las coordenadas marcaban una fábrica textil, abandonada y cerrada desde hacía más de una década, resultado de leyes ambientales implementadas en la última década. Era un lugar que había caído en desuso, olvidado por el paso del tiempo y las nuevas regulaciones gubernamentales.

Chan, en su vida previa a la llegada de Felix a Kilyos, apenas había visitado la mansión Mavi en dos ocasiones. La mansión, considerada como un frío palacio dentro del clan, evocaba recuerdos del harem de su padre, por lo que intentaba mantenerse alejado de cualquier cosa que le recordara esa parte de su pasado. Sin embargo, a pesar de su desconocimiento de la región, no le resultó difícil ubicar la zona exacta de las coordenadas gracias al equipo de rastreo a su disposición. Cuando Seungmin llegó con explicaciones vagas y el papel en sus manos, Chan sintió un alivio instantáneo. Sus pulmones, que se habían sentido pesados y vacíos, se llenaron con un oxígeno intangible que le devolvió la vida. Su lobo, impaciente, había arañado desde adentro, esperando con ansias el helicóptero que transportaba a un pequeño grupo de sus hombres.

Aunque su madre le había aconsejado esperar a la llegada de más alfas de la fuerza militar del clan, sabía que la tardanza sería mayor: muchos de ellos estaban fuera por el Hajj y los restantes estaban dispersos por todo Turquía en la búsqueda que había comenzado desde la madrugada. Por lo que a pesar de la advertencia, Chan no pudo obedecer.

Las llamas que se desplegaban desde cierta distancia en el cielo le hicieron agradecer por haber tomado esa decisión. El fuego, señal inequívoca de su cercanía, avivó la desesperación en las entrañas de Chan. La debilidad en su vínculo apenas le ofrecía un mensaje claro sobre el bienestar de Felix, lo que aumentaba su ansiedad.

—¡Disparen!

Apenas el helicóptero tocó tierra, se encontraron bajo fuego inmediato proveniente de algunos hombres dispersos en las costas. Jack, tan implacable como su título de Bajá lo demostraba, había limpiado el camino para su entrada con menos obstáculos a los terrenos de la fábrica. Mientras Jack se quedó en las orillas del mar con cinco hombres para reforzar la posición, Kim se apresuró con su equipo técnico al avistar dispositivos entre los escombros del lugar

—Alguien desactivó los aparatos antes de nuestra llegada. Pero solo durará brevemente, puedo alargar un tiempo de descanso en las bombas, pero no tengo el equipo necesario para desactivarlas por completo —Kim observaba los cables con expresión de asco y desesperación. La inquietud entre todos era palpable, Chan no podía reprenderlos por eso, no cuando él mismo sentía su cuerpo temblar por los nervios.

—Gana tiempo, el que puedas. Con eso nos bastará —ordena con voz gélida y Kim asiente apresurado mientras se inclina para trabajar—. Ömer, quédate aquí junto a Kim y tres más. Necesita que lo cubran si hay un fallo en la primera línea donde está Jack.

El hombre hace una seña de aceptación, ladrando órdenes sin tardanzas a tres alfas del grupo para que lo acompañaran. Chan da media vuelta y se adentra junto con Seungmin y los cinco restantes de sus hombres que le quedaban. El calor opresivo les abraza de inmediato al adentrarse en el edificio en llamas, como una oleada sofocante que golpea sus rostros con fuerza. Chan y Seungmin, experimentados en situaciones límite, levantan instintivamente los antebrazos para protegerse del intenso calor que emana de las llamas voraces que engullen el entorno. El escenario es poco alentador.

mafia roja › chanlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora