Capítulo 3: Amigo y hermano

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En el tranquilo atardecer del bosque, el misterio se tejía entre los rayos de sol que se filtraban entre las hojas de los árboles centenarios. El silencio reinaba, interrumpido solo por el suave susurro de la brisa que mecía las copas de los árboles y el ocasional canto de un pájaro que surcaba el cielo de un azul profundo.

Junto a las orillas cristalinas de un río serpenteante, donde la luz del sol se reflejaba como un manto de diamantes sobre el agua, se encontraba un majestuoso ciervo. Sus astas se erguían con gracia, coronando su cabeza noble, mientras su pelaje parecía resplandecer bajo la luz dorada del atardecer. Era una escena de serena belleza, digna de los más hermosos cuentos de hadas.

El ciervo se inclinaba con elegancia para beber del río, su reflejo bailaba en las aguas tranquilas como una imagen sacada de un sueño.

No muy lejos del majestuoso ciervo, Jungkook se encontraba oculto entre los arbustos. Con una gracia felina, sostenía un arco tensado en sus manos expertas, los músculos de sus brazos tensos como cuerdas de violín. Su mirada estaba fija en el ciervo, con los ojos brillando con determinación y concentración.

A su lado, en un silencio compartido, estaba Yoongi. También armado con un arco, observaba con igual intensidad al noble animal. No había necesidad de palabras entre los dos; cada movimiento, cada gesto, era una danza sincronizada que solo la confianza y el entendimiento mutuo podían lograr.

El bosque parecía sostener la respiración, como si incluso las hojas aguardaran en silencio el desenlace de esta escena. El sol se filtraba entre las ramas, creando un juego de luces y sombras que envolvía a los cazadores en un aura de misterio.

Jungkook ajustó ligeramente la posición de su cuerpo, buscando el ángulo perfecto para su disparo. Podía sentir el latido de su corazón resonando en sus oídos, el pulso acelerado por la emoción de la caza. Pero más allá de la emoción, había una determinación serena en su rostro, una determinación forjada por años de entrenamiento y deber real. 

Con un gesto apenas perceptible, Jungkook indicó a Yoongi que estuviera listo. Ambos cazadores compartían un entendimiento instintivo, una conexión que trascendía las palabras.

En un instante calculado y coordinado, Yoongi, con una destreza nacida de años de experiencia, deslizó una flecha en su arco y la disparó con precisión milimétrica en dirección opuesta al ciervo. El sonido del proyectil cortando el aire fue apenas un susurro en medio del bosque.

La flecha de Yoongi se clavó en un árbol cercano con un impacto sordo, y el ruido resultante resonó entre los árboles con un crujido agudo. El ciervo, alertado por el sonido repentino, alzó la cabeza con rapidez, sus orejas se erguían en atención mientras sus ojos se escudriñaban en busca de la fuente del ruido.

En un instante, el tranquilo bosque se transformó en un torbellino de actividad. El ciervo, con un relincho de miedo, emprendió una carrera desesperada a través del follaje, su cuerpo ágil y poderoso cortando el aire con una gracia salvaje. La adrenalina ardía en las venas de Jungkook, su corazón latía con fuerza mientras seguía con la mirada al ciervo en su huida.

En medio del caos, Jungkook actuó con una calma que contrastaba con la furia del momento. Con un movimiento fluido, apuntó su arco hacia el ciervo en fuga, su mirada enfocada en un objetivo único y claro. El mundo se redujo a un solo punto de enfoque: el cuello del ciervo.

Con un retumbar sordo, la flecha de Jungkook surcó el aire, su trayectoria trazando una línea certera hacia su presa. El proyectil encontró su blanco con una precisión mortal, perforando la piel del ciervo con un impacto letal. Un instante después, el noble animal cayó al suelo, su vida extinguida al instante por el golpe certero de la flecha.

UN REY Y UN PRINCIPEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora