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– ¿En serio? ¿Una feria? – preguntó Amelia mirando a su alrededor.

Estaba empezando a anochecer y se habían alejado tanto de la capital que Luisita ni si quiera estaba segura de la ubicación. Había estado buscando en Google cualquier feria cerca y esa era la única que había encontrado. Una pequeña, no tenía más de un par de calles. Puestos ambulantes de comida y de juegos donde ganar peluches y llaveros. Un par de atracciones pequeñas y una noria. Escaso, pero no necesitaba mucho más para su plan.

– Una feria es de primero de película romántica en Hollywood, Amelia.

Amelia puso una mueca no muy convencida con el plan. Quizás no era tanto por la feria, sino por la parte de romance. Sabía que había sido ella la que le había pedido a Luisita la ayuda, pero se estaba empezando a cansar de tanto romanticismo, sobre todo con la rubia.

No es que besar y abrazar a la rubia fuera una tortura, sino que estaba empezando a jugar con su mente. Desde que lo había admitido en voz alta confesándoselo a Nacho, no podía quitarse de la cabeza cómo sería tener a Luisita desnuda bajo ella en su cama. Escucharla gemir como cuando la besaba por sorpresa, pero mucho más alto. Verla sonrojada y con esa sonrisa que Amelia no podía evitar que se le contagiara.

Amelia estaba segura de que todo era cuestión de hormonas y tensión sexual acumulada desde la noche que se conocieron y sabía que, si se hubiera acostado, todo desaparecería. Pero no era así y las ganas por saber el cómo hubiera sido estaba haciendo que se le acelerara el corazón cada vez que Luisita la miraba con esos ojos iluminados.

Sólo era eso, tensión sexual no resuelta. Sí.

Carraspeó para deshacerse el nudo de la garganta que se le había formado con aquellos pensamientos y siguió a Luisita.

– Sé que no es gran cosa, pero es lo que había cerca. – confesó tímidamente. – Puede ser divertido, ¿no?

– Supongo. – murmuró Amelia empezando a andar junto a Luisita.

Caminaron juntas mientras sus manos se rozaban de vez en cuando, sin querer o buscando queriendo el contacto. Pararon a pedir unos buñuelos y siguieron andando hasta llegar a un puesto para ganar peluches tirando darlos a unos globos, y aunque Amelia intentó contenerse, no pudo evitar la sonrisa al ver aquel lado tan competitivo de la rubia.

– Un intento más. – murmuró la rubia al haberlo intentado dos veces.

Pero como muchas cosas en la vida, a la tercera, Luisita consiguió un peluche. Se giró hacia Amelia y con una sonrisa tímida, se lo dio.

– Para ti.

– Pero Luisita, que lo has conseguido tú.

– Ya, pero... lo he conseguido para ti.

Con todos esos intentos, Amelia sabía que a Luisita le habría salido más barato comprarlo directamente. Aun así, no supo por qué, pero el haberse esmerado por conseguirlo para ella hizo que un cosquilleo recorriera a la morena.

– Pues gracias. – le dijo con una sonrisa que hizo que Luisita se mordiera el labio.

Miró al peluche y rio un poco.

– ¿Pitufina?

– Sí, bueno. Tampoco había mucho donde elegir y supongo que Los Pitufos son atemporales.

– Se parece a ti, pitufa.

– ¡Oye! – dijo golpeándole el hombro, haciendo reír a Amelia.

– Bueno, y ahora, ¿Qué?

– Pues ahora vamos a subirnos a la noria, como en El Diario de Noa.

– Creía que esa era una película triste.

Amor de película (y otras mentiras)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora