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A pesar de ser viernes, Luisita no solía salir. Ella solía quedarse en casa descansando porque los sábados por la mañana trabajaba. Sin embargo, aquel viernes hizo una excepción. Todas habían quedado para ir al King's y ya hacía varias semanas que Amelia había aparecido en su vida y sus amigas no paraban de insistir en que la trajera algún día de fiesta. Bueno, para ser sinceras, no todas sus amigas. Esther parecía perder la capacidad de habla cuando salía Amelia en la conversación.

Sin embargo, María era la que más insistía de todas, porque apenas había podido compartir tiempo con Amelia. Desde que tuvieron la doble cita con Nacho, María aprovechaba cada día libre para pasarlo a solas con él, así que en general no veía a nadie.

Aunque aquella noche trabajaba, salía pronto y le había insistido mucho a Luisita que llevara a Amelia. No podía decirle que no, porque tenían que mantener aquella imagen de pareja y sobre todo, porque sólo se engañaba a sí misma si que no moría de ganas por bailar con Amelia.

Así que, ahí estaban. Marina, Alejandra, Esther, Luisita, Amelia y, por supuesto, Nacho, que no perdía la ocasión de poder ver a María aunque fuera de lejos y luego acompañarla a casa.

La noche transcurría bien, entre risas y besos. Muchos besos. Más de los habituales. También había más caricias y sus manos apenas se separaban. A Luisita le parecía raro aquel repliegue de afecto por parte de la ojimiel, aunque no sería ella la que se quejase. Sin embargo, lo que no sabía Luisita era que lo que realmente pasaba es que Amelia y Esther habían empezado una especie de competición de quién mostraba más afecto a su pareja.

La rubia parecía ser la única en no notarlo, porque todos miraban aquel intercambio como si fuera una final del partido de tenis más importante de la década. Nacho miraba a su amiga con el ceño fruncido, Marina no sabía muy bien dónde meterse, y Alejandra... parecía demasiado incómoda como para decir nada.

Puede que Luisita no lo notara, pero Amelia sí que notaba cómo Esther la miraba. Cómo Esther miraba cada movimiento que hacía Amelia, sus manos unidas, sus besos robados, como si deseara ser ella quien los hiciera. Y eso... eso hacía hervir la sangre de Amelia como jamás lo había hecho nada.

– Amelia, acompáñame a pedir. – le pidió Nacho.

Y antes de que pudiera decir nada, su mejor amigo tiró de su brazo para levantarla y salir de ahí, y no la soltó hasta llegar a la barra.

– ¿A qué viene esto, Amelia?

– ¿El qué?

– Este ataque de celos.

– ¿A que sí? – dijo alterada. – ¿Tú también te has dado cuenta de que Esther está celosa, verdad? No son imaginaciones mías.

– Hablo de tus celos, idiota.

Amelia la miró unos segundos confusa hasta que interiorizó sus palabras, y acabó riendo.

– ¿Yo? ¿Celosa? – siguió riendo. – Nacho, por favor.

– Amelia, eso ha sido vergonzoso. – dijo señalando a la mesa donde antes estaban sentados.

– ¡Pero si yo no he hecho nada! Yo he estado como siempre, comportándome como la mejor novia posible. Dándole atenciones como merece.

– No, Amelia. Lo que merece Luisita es que le des atenciones porque te sale sólo, no para entrar en una competición de celos.

Amelia resopló y puso los ojos en blanco, a pesar de que sentía una punzada enorme atravesándole el pecho. Y no, esa punzada no eran celos, era un mal sentimiento. Era como si su cuerpo supiera que Nacho tenía razón, a pesar de que su cabeza se negaba a admitirlo.

Amor de película (y otras mentiras)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora