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Subían por el ascensor en silencio, y Luisita estaba tan sumida en su nerviosismo que no se dio cuenta de que la chica de su lado también parecía estarlo hasta que Amelia dejó salir un suspiro largo. La rubia la miró estudiándola, y al darse cuenta, Amelia le devolvió la mirada con una sonrisa algo fingida.

– ¿Estás nerviosa? – preguntó Luisita. – Porque de verdad que no tenemos que hacer esto. Sinceramente, yo también estaría nerviosa si fuera a conocer a tus padres...

Amelia rio suavemente y se acercó a besarla.

– Tú no tendrías nada de lo que preocuparte si conocieras a mis padres, sé que les parecerías tan adorable como me lo pareces a mí. – la besó una vez más y se alejó un poco de ella. – No estoy nerviosa por conocerlos, en serio.

– ¿Entonces?

Amelia suspiró y negó levemente con la cabeza.

– Es una tontería.

– Dímela, por favor.

Amelia la miró unos segundos y finalmente, chasqueó con la lengua.

– Es sólo que, probablemente haga más de quince años que no tengo ninguna reunión familiar y... las detesto. – sonrió levemente al admitirlo. – Hay silencios incómodos, interés fingido y siempre hay que estar alerta para la siguiente pulla. No es un ambiente en el que me sienta precisamente cómoda, así que...

Carraspeó algo incómoda por su confesión, sintiéndose un tanto pequeña, y Luisita pensó que esta era una de las pocas que veía a través de ella. No es que Amelia fuera una persona super hermética, ya le había hablado en más ocasiones de cómo se sentía respecto a su situación familiar. La ojimiel no era de esas personas que ponían una barrera entre ella y el mundo, sólo era una chica que no estaba acostumbrada a que la escucharan hablar de sus sentimientos. Sus padres siempre habían estado más centrados en sus propias peleas como para ver cómo afectaban a sus hijos.

Así que ahora, Luisita podía ver cómo salía un poco a relucir aquella niña escondida en la ojimiel, esa que tuvo que pasar demasiados eventos en familia callada deseando que acabara o intermediando entre sus padres.

Se acercó un poco a ella, pero sin llegar a tocarla, porque no estaba muy segura de si Amelia aceptaría que la consolara. Una chica que se había construido y consolado toda su vida a sí misma no solía dejarse cuidar.

– No todas las familias son así. No te puedo asegurar que no vayas a sentirte incómoda, porque estoy segura de que mi padre se encargará de eso con sus mil preguntas. – dijo riendo levemente, haciendo que la ojimiel sonriera. – Pero yo estaré ahí.

Amelia sonrió más ante aquello. Jamás pensó que la presencia de una chica la tranquilizaría en un evento familiar, pero ahora mirando a la rubia, todo daba menos miedo.

– Mis padres no son como los tuyos, Amelia. – dijo con cautela. – Sé que es a lo que estás acostumbrada, pero ya verás que no habrá gritos ni situaciones incómodas. Bueno, quizás mi hermana grite y Nacho se sienta incómodo cuando mi padre empiece a hacer bromas sobre castrarle.

Amelia se rio ampliamente y Luisita sonrió feliz al ver cómo la ojimiel parecía relajarse.

– ¿Y a mí? ¿No me amenazará por salir con su pequeña?

No se dio cuenta de cómo sonaban la elección de sus palabras hasta que no vio la reacción de la rubia. Ellas no estaban saliendo, no eran pareja y no sabía por qué había dicho eso, pero necesitaba rectificar sin quedar mal.

– Digo, porque supongo que le habrás dicho que somos novias.

La ojimiel se dio cuenta cómo la expresión de Luisita cambió, pero a Amelia no le dio tiempo a estudiarla mucho más, porque el ascensor paró y se abrieron las puertas. Siguió a la rubia saliendo tras ella, pero Luisita paró de golpe antes de acercarse más a la puerta de sus padres.

Amor de película (y otras mentiras)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora