3

875 128 11
                                    

Amelia removía su café despacio, pero sin parar. Como si aquel movimiento pudiera llevarse la mala sensación que le dejó la noche anterior. A aquella rubia con ojos enormes mirándola como si se estuviera ahogando...

Le echó una tercera cucharadita de azúcar al café y siguió removiéndolo.

– Como sigas echándole tanto azúcar al café te va a dar diabetes.

Levantó la vista y vio a Nacho vestido con la camisa del bar donde trabajaban los fines de semana. Como ella, su amigo también intentaba buscar su sitio en el mundo del espectáculo, pero por lo que él vivía era por el baile. Y si ganarse la vida como actriz fuera difícil, la de bailarín lo era mucho más, por lo que ambos intentaban compaginar sus sueños con los pluriempleos. Los dos trabajaban en el mismo bar aunque a veces tenían turnos diferentes.

– Ya sabes que me encanta el dulce.

– Sí, lo sé. Cuando estás mal.

Ella sólo le respondió con una pequeña sonrisa y él alargó su mano para cubrir la de la amiga.

– ¿Qué tal anoche? Llegaste pronto.

– Ya, es que fue como una mierda.

– ¿Y eso? ¿Tan mal follaba?

Amelia le respondió con una mirada asesina antes de volver la vista de nuevo a su café.

– No follamos.

– ¿En serio? ¿Qué pasó?

– Tú – dijo mirando a su amigo seria.

– ¿Yo? – preguntó Nacho más que confuso. – ¿Qué hice?

– Comerme el coco con tu mierda de los sentimientos. – resopló y se pasó la mano por sus rizos. – Porque es cierto, yo nunca he sentido nada romántico por alguien.

– Amelia... lo siento, no pretendía hacerte sentir mal.

– Y no lo hiciste, no me malinterpretes. – le tranquilizó. – Yo estoy muy bien como estoy, Nacho. No tengo ninguna intención de enamorarme, pero sí de aspirar más alto como actriz. Y lo que me dijiste me hizo pensar... ¿Quiere decir que nunca lo conseguiré? ¿He llegado a mi tope en la actuación?

Nacho se mordió la mejilla por dentro sintiéndose mal por haberle creado aquellos pensamientos a su amiga, pero sin saber muy bien cómo consolarla.

– No lo creo cariño, claro que creo que puedes interpretar algo que no has vivido, sólo tienes que comprenderlo, y eso es algo que tú nunca te has permitido.

Era cierto, Amelia jamás se había abierto al amor. De hecho, se había empeñado tanto en esquivarlo que odiaba interpretar papeles románticos.

– Ya sabes que...

– Sí, lo sé. El matrimonio de tus padres fue una mierda, horrible, desastroso. En el libro de peores matrimonios de la historia. Pero, Amelia... El amor no siempre es así.

Ella también lo sabía y adoraba a sus padres, lo hacía de verdad, pero lo hacía por separado. El desastroso matrimonio, o mejor dicho, divorcio de sus padres, marcó completamente su infancia, así que se prometió a sí misma que jamás pasaría por algo así.

Rupturas. Despedidas.

– No sé, Nacho, ni me importa. Sólo me importa saber cómo interpretarlo.

– Entonces, intenta entenderlo y abrir un poco la mente.

Amelia chasqueó la lengua y le dio un sorbo a su café a pesar de que, por tanto removerlo, estaba casi frío.

– Bueno, la cosa es que me rallaste y sólo quería despejarme. Vi a una chica guapísima, de esas que tiene pinta de adorables pero que cuando te miran con deseo... uf. – sonrió al recordar la mirada de Luisita recorriéndole desde lo lejos, creándole aquella necesidad de acercarse a ella. – Total, que tenía tantas ganas de dejar de pensar que fui una egoísta y en apenas media hora la estaba arrastrando a su propio piso para desnudarla y... Le sobrepasó.

Amor de película (y otras mentiras)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora