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Luisita aún no había abierto los ojos y ya notaba la ausencia a su lado. Palmeó la cama buscándola y efectivamente, por lo frías que estaban las sábanas, Amelia se había ido hacía rato. Por si acaso sus sentidos le fallaran, abrió los ojos para confirmarlo y suspiró.

Después de pedirle que se quedara, Amelia lo hizo, y se quedaron en un como silencio hasta que llegaron de nuevo aquellos besos que llevaban a nuevos orgasmos. Así estuvieron prácticamente toda la noche hasta que se durmieron de puro agotamiento.

Para su sorpresa, no fue ella quien abrazó a su acompañante como siempre hacía, porque ella era la romántica. La que amaba dormir sintiendo el calor de la otra persona. Pero esta vez, fue Amelia quien la abrazó a ella, haciendo que se durmiera con una sonrisa. Por eso, creyó que se quedaría hasta la mañana siguiente.

Se incorporó para mirar al suelo y sí, la ropa de Amelia tampoco estaba, así que la posibilidad de que sólo estuviera en el baño se esfumó.

No iba a negar que le dolía, pero tampoco que le sorprendiera. Tenía la esperanza de que algo hubiera cambiado entre ellas porque anoche se sintió tan real. Sin personajes que interpretar, sin nadie con quien fingir ser pareja. Sólo eran dos personas que se besaban por ganas, porque de verdad que pensó que vio en esos ojos miel ganas de ella.

Sin embargo, al ver el vacío a su lado de la cama, supuso que estaba equivocada.

Suspiró una última vez antes de levantarse de la cama y coger la primera camiseta que encontró en el cajón sin molestarse en buscar un pantalón y salió de su habitación.

E iba tan metida en sus propios pensamientos que, cuando llegó a la cocina y vio el panorama, se quedó completamente inmóvil.

– Buenos días, hermanita. – dijo María guiñándole el ojo, con una sonrisa juguetona.

Luisita se quedó mirando a su hermana que le daba un mordisco a un churro sentada en la mesa de la cocina junto a Amelia.

Amelia.

Amelia estaba ahí.

Amelia no se había ido.

Removía su café y estaba vestida completamente como anoche, contrarrestando con la vestimenta de la rubia que ahora sólo llevaba una camiseta lo suficientemente larga como para que cubriera sus bragas.

Se dio cuenta de que el rostro de Amelia estaba algo ensombrecido, aunque una sonrisa se le dibujó cuando la vio.

– ¿Qué haces aquí? – preguntó Luisita mirando directamente a su hermana.

– Pues que tenía que pasar por casa a coger el uniforme del King's y me he encontrado con Amelia en la puerta que acababa de comprar churros, y ya sabes como soy. No me puedo negar a unos churros.

Luisita no le dijo nada más a su hermana y se acercó a Amelia. No sabía si besarla o no, porque delante de su hermana era lo lógico, pero algo en aquellos ojos miel le dijo que hoy Amelia no parecía estar de humor para actuar.

– Buenos días. – dijo con suavidad Luisita.

– Buenos días, cariño. – le respondió con una pequeña sonrisa, haciendo que el corazón de la rubia se encogiera.

– ¿Por qué no me has despertado para desayunar?

– Porque es tu día libre y quería dejarte dormir.

Luisita le dedicó una pequeña sonrisa agradecida, que Amelia devolvió, y después, sólo se quedaron mirando en silencio. Un silencio que se estaba volviendo algo incómodo y que María notó.

– Bueno, yo ya he terminado. Voy a coger mis cosas y me voy.

Luisita y Amelia asintieron a la vez y cuando María salió de la cocina, Amelia se puso de pie para quedar frente a la rubia, y cualquier máscara que llevara la ojimiel, se cayó. Su rostro se volvió serio y era evidente en su mirada que había una cierta guerra interna.

Amor de película (y otras mentiras)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora