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Estaba sentada en el sofá en pijamas y con un moño mal hecho, con sus rizos sobresaliendo por todos lados, mientras mordisqueaba el bolígrafo. Estaba repasando el guion de nuevo, por enésima vez.

No es que la escena fuera muy larga y difícil de aprender, de hecho, ya se la sabía de memoria, pero la audición la tenía en un mes y aún había cosas que tenía que mejorar. Apuntaba en los huecos de las líneas anotaciones de cómo debía actuar en momento concretos. Qué miradas debería hacer, qué gestos, qué sentir.

Jamás habría pensado que funcionaría todo aquel plan con Luisita, pero la verdad es que la rubia le estaba enseñando a sentir muchas cosas.

Para su personaje, claro.

Y ahora, Amelia hacía todas aquellas anotaciones con una pequeña sonrisa mientras pensaba en aquella rubia que cada vez se colaba más tiempo en sus pensamientos.

Habían quedado para verse al día siguiente en una cita romántica que la rubia se negaba a desvelar y sinceramente, Amelia no veía el momento de quedar con ella para seguir aplicando su aprendizaje en su interpretación.

A su lado, Nacho sonreía con esa sonrisa tonta con la que ahora siempre miraba el teléfono, y sabía que hablaba con María. Ella intentaba ignorarle, pero en el fondo, a pesar de que se alegraba de la felicidad de su mejor, no entendía cómo podía sentirse así tan sólo con unas semanas de relación.

Para ella, eso ni si quiera tenía que ser real, sólo el cosquilleo de la novedad.

Estaban cada uno en sus cosas cuando, el sonido de unas llaves en la puerta principal llamó la atención de ambos y Amelia echó la cabeza hacia atrás cerrando los ojos, sabiendo quien era.

– Cualquier día me pilla en calzoncillos, o peor. – le reprochó Nacho.

Amelia resopló porque sabía que tenía razón, pero ya no sabía cómo decirle a su madre que la llave que le había dado, era sólo para emergencias.

– Hola, cielo. – dijo Devoción cerrando la puerta tras de sí.

– Hola, mamá. – se levantó para darle un beso. – ¿Qué haces aquí?

– Pues que he hecho mucha lasaña y os he traído un poco.

– Mmm, lasaña. – dijo Nacho levantándose de un salto y saludando a Devoción.

– No cambias, Nachete. – le devolvió el beso con una sonrisa cariñosa.

Amelia sonrió ante aquel intercambio, porque Nacho llevaba siendo su mejor amigo desde que eran realmente pequeños, así que para la familia de Amelia, era uno más.

Sin embargo, su sonrisa cayó un poco al ver cómo su madre se entretenía metiendo la comida en la nevera, porque la conocía demasiado. Devoción sólo hacía mucha comida y la visitaba de sorpresa por un motivo. Lo odiaba, odiaba que pasaran los años y siguiera escuchando sus discusiones una y otra vez, y no entendía cómo sus padres no estaban tan hartos como ella.

Era agotador. Así que, lo intentó retrasar lo máximo posible, por si era capaz de evitarlo.

– ¿Qué tal todo? ¿Cómo está Fran?

– Pues en casa, ya sabes.

– ¿Ha encontrado trabajo ya?

– No seas tan dura con tu hermano, que te pareces a tu padre.

Amelia puso los ojos en blanco, sabiendo que su madre era la defensora número uno de su hermano. Pero eso no era lo que le dolía, sino el desprecio con el que su madre siempre le reprochaba su parecido a su padre cada vez que no estaban de acuerdo, como si fuera culpa suya haber heredado su forma de ser. Es decir, el hecho de parecerle absurdo que su madre sobreprotegiera a su hermano de esa manera.

Amor de película (y otras mentiras)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora