27

984 116 5
                                    

No se había dado cuenta hasta qué punto se había acostumbrado a dormir entre los brazos de Amelia hasta que se despertó sin ella.

Si echaba la vista atrás, habían pasado tres meses desde que Amelia llegó a su vida. Tres meses convenciéndose a sí misma de que lo que crecía en su interior era sólo adrenalina y excitación por todo lo nuevo que estaba viviendo junto a la ojimiel, aunque muy en el fondo, lo sabía. Sabía que había una probabilidad de que cayera enamorada de Amelia Ledesma, y así fue. Vaya que si cayó.

No había estado autoengañándose todo el tiempo, porque de verdad pensó que lo que sentía por Amelia era tan diferente a lo que había sentido hasta aquel momento que no era amor. Con Amelia no sentía aquella presión que siempre había sentido en sus relaciones anteriores, ni esa necesidad constante de complacer, ni ese miedo a perderla si no lo hacía. Con Amelia se permitía ser ella misma, ser ella chica tímida que se muerde el labio cuando se sonroja y la que no puede evitar a hacer preguntas absurdas cuando estaba nerviosa. Con Amelia se sentía tan a gusto que se sentía como si estuviera con una amiga, y eso fue lo que la confundió, porque Luisita nunca había tenido una relación amorosa que también uniera la amistad de esa manera.

Pero ahora que lo había vivido, sabía que en eso consistía el amor de verdad, en encontrar la persona con la que poder ser tú misma y divertirte a la vez que el corazón te daba un salto al verla. Lo tenía claro, y si era ahora la ojimiel la que no podía dar aquel paso, lo que no iba a hacer Luisita era retroceder. No podía hacerlo después de haber avanzado tanto, por mucho que eso significara dejar a Amelia atrás.

La teoría la tenía muy clara, pero en la práctica... su cama se sentía vacía y fría sin la ojimiel, y su rutina casi la obliga a dejarle un mensaje de buenos días. Se había acostumbrado tanto a ella que no hacía ni veinticuatro horas que había salido de su vida y ya le pesaba su ausencia.

Pero esa no era la única ausencia que había estado sintiendo todo el día porque, desde que huyó por la puerta de su casa la tarde anterior, no había vuelto a ver a su hermana. Cuando se despertó aquella mañana, sabía que María seguía en su habitación. Si estaban en casa, siempre desayunaban juntas, pero Luisita sabía que su hermana no estaba bien. Su relación con Amelia no era la única relación que había roto el día anterior, sabía que su confesión se había cargado también la relación de María y Nacho. Aunque su hermana no fuera tan romántica con ella, sabía que para María, Nacho también era su excepción. La persona con la que pensaba que había encontrado por fin la estabilidad y el amor que no sabía que buscaba.

Cuando llegó a casa tras el trabajo, se dio cuenta de que María seguía en su habitación. Pasaron unas horas hasta que Luisita decidió finalmente levantarse de su cama e ir a la habitación de su hermana. No porque no le importara, no porque estuviera demasiado ensimismada en su propio dolor, no porque pensara que no debiera meterse en la ruptura de su hermana y Nacho. No se había acercado a ella porque aún no había encontrado el valor para mirarle a la cara después de estar tres meses mintiéndole.

Conocía a su hermana lo suficiente como para saber lo dolida que debería estar tras hacerle creer que su relación con Amelia nació en aquella primera noche en la que se conocieron. Que a pesar de haberle dejado claro desde el principio que lo que tenía con Amelia era algo informal, seguía siendo mentira. Porque, aunque luego la relación sí derivó en eso, al principio no eran más que un manojo de mentiras y una relación falsa que era previsible que les explotara en la cara.

Le había estado mintiendo a la persona que siempre había estado a su lado, y aunque se intentaba decir a sí misma que había sido una mentira piadosa y que en su momento había sido lo mejor, sabía que sólo se engañaba a sí misma porque en realidad, lo que había sido era egoísta.

Amor de película (y otras mentiras)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora