Ella era un modelo de inocencia, él tenía reputación de demonio.
Parecía inevitable que se enamoraran, pero no por ello estarán destinados a estar juntos.
Después de cuatro horas de vuelo, el avión comenzó a descender después de que las azafatas nos avisaran de tener que asegurarnos los cinturones de seguridad alrededor de nuestra cintura, en lo que duraba el aterrizaje.
El avión consiguió aterrizar con suma delicadeza y un suspiro que no sabía que estaba reteniendo durante el descenso salió de lo más profundo de mí.
Me levanté del asiento y alargué ambos brazos desperezándome del viaje, al mismo tiempo que un bostezo discreto surgió de mi boca.
Las personas comenzaron amontonarse para salir del avión cuanto antes. Conseguí ingresar entre el tumulto de gente que comenzaba a desesperarme y tras pasar un par de minutos, el aire gélido de Oakland me golpeó en la cara al momento de bajar las escaleras del avión.
Mi cuerpo por inercia se abrazó para mantener la temperatura corporal, visualicé un autobús a unos pocos metros de las escaleras por las que descendíamos del avión para que nos llevara hasta la puerta del aeropuerto.
Una vez conseguí ingresar en el aeropuerto, seguí el camino hasta las cintas donde se suponía que debería aparecer mi equipaje.
Tras quince minutos de espera, mi equipaje ya se encontraba en mis manos, y después de tanta tramitación, ahora tocaba disfrutar de mi libertad.
Al salir del aeropuerto lo primero que visualicé fue un Bentley de color escarlata y reconocí de inmediato la persona que estaba postrada sobre él, cruzada de brazos.
—¿Kylie? —preguntó, tras aquellas gafas de sol.
—La misma. —contesté con una sonrisa, abriendo mis brazos tras soltar el equipaje.
Lucy frunció el ceño al ver mis brazos extendidos, pero segundos después se fundió entre mis brazos en un abrazo, me gustan esos abrazos que te aprietan fuerte el alma, como queriendo que no se te salga.
—¿Cuanto tiempo pasó desde la última vez que nos vimos? —pregunté, al despegarnos.
Suspiró, negando con la cabeza.
—Demasiado tiempo a mi parecer. —comentó, con una sonrisa en los labios y las manos tras los bolsillos traseros de su pantalón oscuro.
—Estás... —comenté, observando su vestimenta sombría. —...diferente.
—Yo puedo decir lo mismo de ti, prima. —sonrió de lado.
Ambas agarramos el equipaje que seguía sobre la superficie del suelo y lo colocamos dentro del maletero, y con ello ingresamos dentro del coche y observé la maravilla que estaba apunto de arrancar.
—Te debió costar la vida conseguir este coche... —susurré, estupefacta.
—Tú misma lo has dicho. —carcajeó, negando con la cabeza.
El transcurso del viaje fue calmado, salvo la voz de Beyoncé que se escuchaba en el ambiente con la canción Back to Black. El vehículo fue disminuyendo de velocidad respetando el semáforo en rojo, que se postraba frente a nosotras.
Mi cabeza viró para el lado de mi ventanilla, mi atención se posó sobre un bar de copas, su letrero luminoso me hizo saber el nombre de la taberna, District.
Delante de este se encontraban estacionadas montones de motocicletas de diversos colores, marcas y modelos. Pero mi atención se centró en la persona que estaba apoyada en una de ellas con los brazos cruzados al igual que sus piernas se entrelazaban entre sí, acogiendo un cigarrillo en una de sus manos, con la mirada fijada sobre mí, provocando un escalofrío por todo mi cuerpo.
Su mirada era tan vacía, tan perversa y a la vez tan macabra como el mismo cementerio que la acogía en sus noches de soledad y tristeza infinita.
—¿Sabes quién es él? —pregunté, sin despegar su mirada de la mía.
Era como si hubiera algún tipo de conexión entre nosotros.
—Es la criatura más tétrica que te podrías encontrar a lo largo de la vida... —comentó, provocando que frunciera el ceño ante aquella palabra. —...no deberías interesarte por uno de ellos.
—¿Por qué lo has llamado criatura?
—Ky, él es el mismísimo belcebú... —negó con la cabeza, observando como aquél mostraba una sonrisa en nuestra dirección. —...su sonrisa no muestra el fondo de su alma, ni si quiera muestra aquella oscuridad que lleva dentro.
Fruncí el ceño por sus palabras, y volví a virar la cabeza en su dirección.
Sentía su mirada sobre mí todo el maldito tiempo, era aterrador y a la vez enfermizo.
—Con el infierno no se juega, o terminas ardiendo o convirtiéndote en demonio y ambas sabemos la respuesta. —carcajeó, guiñándome un ojo.
Asentí con la cabeza, mientras esbozaba una media sonrisa en su dirección totalmente fingida.
El coche comenzó su marcha de nuevo en cuanto el semáforo se puso verde, y perdí completamente la pista de aquél sujeto que tanto inquietaba y que al mismo tiempo me daba cierta curiosidad.