Mis ojos desprendían pureza del cielo, pero en sus ojos podía ver el dolor del infierno.
El diablo es real y no es un hombrecillo rojo con cuernos y cola. Él puede ser bello porque es un ángel caído y él solía ser el favorito de Dios.
Mis pestañas oscilaron ante la deslumbrante claridad que escapaba de entre las cortinas de la habitación, viré la cabeza hacia un lado al mismo tiempo que me desperezaba y descansaba mi brazo en el frío espacio que tendría que ser ocupado por otra persona que ciertamente no había pasado la noche junto a mí, lo que me recuerdo lo ocurrido la noche anterior.
Mi cuerpo se irguió en un raudo de tiempo dejando a un lado las frazadas, conseguí reemplazar mi indumentaria con lo que encontré en el armario y abrí la puerta de la habitación sin hacer ruido. Caminé hasta llegar al umbral de las escaleras y me encaminé descendiendo con sumo cuidado cada peldaño de escalera, me fijé en las agujas del reloj que marcaban las nueve de la mañana.
Vagué por la casa hasta hallar la cocina, pude preparar algo ligero con lo que había en la nevera y aproximé el taburete a la mesa de la cocina.
—¿Qué haces despierta tan pronto? —preguntó Taylor, frotando sus manos contra su rostro mientras lanzaba un bostezo proveniente de su boca.
—Buenos días a ti también. —susurré, tomando un sorbo de mi tazón.
Taylor lanzó una carcajada por mi comentario y se posicionó frente a mí, sirviéndose el almuerzo que había preparado segundos atrás.
—¿Sabes donde está Justin? —pregunté, lamiendo mi labio inferior.
—¿No a dormido en tu habitación? —frunció el ceño.
—Desapareció en medio de la noche, pensé que había dormido en otro lugar. —susurré, encogiéndome de hombros.
—¿Habéis discutido? —preguntó, enarcando una ceja.
—No. —negué con la cabeza.
—¿Y qué se supone que sucedió para que él se fuera? —preguntó, de nuevo.
—No sé si deba decirlo. —murmuré, descendiendo mi mirada a mis pies los cuales se balanceaban de un lado al otro a causa de no alcanzar la superficie del suelo.
—De acuerdo, si no me lo quieres decir... —alzó los brazos en rendición, mostrando una sonrisa en su rostro. —...¿te gusta?
—¿Quién? —fruncí el ceño.
—¿De quién estamos hablando, boba? —carcajeó.
—No. —negué con la cabeza, repetidas veces.
Definitivamente no sé disimulas mis emociones, mis labios niegan lo que mis sentimientos me dejan saber, mientras mi sonrojo me delata.
—¿Sabes que mientes fatal? —preguntó, aún sabiendo la respuesta.
—No estoy mintiendo. —negué con la cabeza, aún sabiendo que me había descubierto.
Sentí la penetrante mirada de Taylor provocando que mis nervios aumentaran y consiguiera revelar mis sentimientos.
—No sé si me gusta... —susurré. —...no sé si se consideraría la palabra gustar.
—¿Por qué es tan difícil? Si te gusta alguien, te gusta... —comentó. —...si no, no te gusta. ¿por qué es tan complicado?
—Es complicado cuando tus sentimientos están del revés, y expuestos a ser dañados en cualquier momento. Me da miedo la palabra gustar e enamorar, pero tampoco puedo eximir por completo mis sentimientos hacia otra persona, pero hasta ahora sé que amo el suelo que pisa, el aire que respira, todo lo que toca y cada palabra que sale de su boca... —sonreí, inconscientemente. —...me gusta su forma de comportarse, me gusta la forma en que me mira, me gusta todo de él, de arriba abajo, incluso sus propios demonios.
Las palmas de Taylor comenzaron a palmear aclamando tanto mi valentía como mi sinceridad, cuatro manos más se unieron a Taylor y tras la puerta de la cocina se encontraban Shawn y Cody.
—¿Habéis estado ahí todo este tiempo? —pregunté, titubeante.
—No te preocupes por nosotros, tu secreto está a salvo. —comentó Cody.
—Por cierto, ¿donde está Justin? —frunció el ceño, Shawn.
—Su coche no está en el garaje. —negó con la cabeza, Cody.
—¿Creéis que estará bien? —pregunté, sintiendo la ascensión de la bilis por mi garganta.
—Tranquila, tu príncipe sabe cuidarse solo. —guiñó un ojo a mi dirección.
—¿Quieres llamarle para comprobar que se encuentra bien? —me preguntó Taylor, sosteniendo su teléfono en mi dirección.
Asentí con la cabeza al mismo tiempo que sostuve el teléfono y me levantaba de mi asiento dispuesta a tener unos minutos de tranquilidad. Mis pasos vagaron hacia la sala de estar, por lo que me senté en el sofá, pude apreciar el nombre de Justin en la agenda de contactos del teléfono y lancé un suspiro antes de iniciar la llamada que me puede llevar al delirio.
—Taylor, déjame en paz. —respondió, encolerizado.
—No soy Taylor. —susurré.
—¿Kylie?... —cuestionó, dejando la pregunta en el aire. —...¿por qué me llamas?
—Quería asegurarme que te encontrabas bien y saber donde te encuentras. —murmuré.
—Si quieres saber donde me encuentro... —pausó. —...búscame, ahí donde me miraste por primera vez.
Me quedé observando la pantalla del teléfono unos segundos tras haber finalizado la llamada y la imagen del muelle de Santa Barbara pasó por mi mente, por lo que me levanté en un raudo de tiempo y me encaminé hasta la cocina donde se encontraban los chicos, deposité el teléfono en las manos de Taylor tras agradecerle el gesto.
—¿Alguien me puede llevar al muelle de Santa Barbara? —pregunté, frunciendo el ceño.
En un rápido movimiento, Taylor se levantó de donde se encontraba postrado y empujó mi cuerpo hacia la puerta principal de la casa, sin articular palabra.
Se colocó una sudadera ocultando su torno desnudo mientras me guiaba hacia donde se encontraba su vehículo. Condujo cuestionándome durante todo el trayecto lo cual agradecí internamente para distraer mi mente por que no sabía lo que podría ocurrir una vez me encuentre en el muelle.
—Ahí lo tienes. —señaló en lo alto del muelle, observando las olas encaminarse hacia la orilla.
Tragué saliva antes de colocar mi mano en el pomo de la puerta, dispuesta a abrirla.
—Suerte... —susurró, junto a una sonrisa. —...nunca se sabe si está siendo controlado por sus demonios.
Asentí con la cabeza antes de descender del vehículo, mis pasos se encaminaron hacia los peldaños de escalera procedentes del muelle y viré mi rostro hacia atrás observando como el vehículo de Taylor desaparecía de mi campo de visión.
—Has sabido el lugar donde nos vimos por primera vez, sorprendente. —murmuró, de espaldas.
—No era tarea difícil... —negué con la cabeza. —...¿has estado todo este tiempo aquí?
—Aquí es donde puedo pensar racionalmente y aunque parezca sorprendente a veces el mar me da respuestas a mis problemas... —susurró. —...el resplandor del sol realza tu rostro angelical, ¿lo sabías?
—Puedo parecer angelical, porque puedo aparentar ser realmente dulce y la inocencia se refleja en el rostro sin quererlo... —negué con la cabeza. —...pero en realidad soy todo lo contrario.
Una sonrisa se mostró en su rostro y alargó su mano hacia mi rostro, por inercia cerré mis ojos sintiendo su tacto fundirse con mi piel. Sin articular palabra ambos nos quedamos maravillados observando el océano, el silencio era el único que faltaba en esos momentos.
Hasta al demonio le llega alguien que le hace sentir ternura.