Capítulo 31: Probó de su propio chocolate

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03 diciembre 2022

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03 diciembre 2022

Kailay Real

A veces me sorprendía lo torpe que podía llegar a ser. Se suponía que había puesto los trajes en la cartera, pero no estaban. ¿Cómo me iba a meter al mar?

Frustrada salí del tocador encaminándome al nido de millonarios que tomaban sol, bebiendo caipiriña en la playa de Maui.

El toldo donde yacían los hombres era digno de un rey. En vez de sillas eran sofás y camas playeras. Las telas blancas bombeaban por el viento, mientras que el camarero les servía las bebidas.

Los mejores amigos estaban acompañados de unos socios: el señor Anderson un gordo, canoso y sesentón. Jones, un hermoso moreno oscuro, joven que padecía de vitíligo. Wilson un pecoso de edad avanzada que le gustaba jugar con menores. Y Sophie su esposa, era demasiada joven y hermosa, no dudaba que el viejo le había hecho las tetas y unos cuantos arreglos en la cara.

Me ubiqué en un sofá dejando la cartera.

—¿Limonada o cerveza? —ofreció el camarero.

—Cerveza.

—Un minuto —pidió yendo en la mesa tipo bufet donde yacía la otra camarera.

—Kailay ¿Por qué sigues vestida? —preguntó Ans por encima de las gafas oscuras.

—Estoy bien así.

No dijo nada continuando en lo suyo. El chico me entregó la cerveza y bebí un trago.

—¿Qué pasó? —inquirió Marcos sentándose a mi lado.

Era muy guapo. Su piel morena era un poco más oscura que el de Cribans. Tenía unas letras tatuadas en el pectoral izquierdo. Poseía los músculos bien trabajados y esos cuadros que volvería loca a cualquiera. Mi amiga tenía buen gusto.

—Se me quedó el traje en el hotel.

—Hay una tienda cerca, vamos a comprarlo —propuso levantándose.

—No es necesario.

Sí —. Me tomó la mano obligándome a seguirlo.

¿A dónde van? —cuestionó mi jefe. Al parecer tenía la atención más en mí que en la conversación que sostenía.

—¡No es de tu incumbencia! —solté enojándolo.

Rodeé los ojos.

—No te la voy a robar, tranquilo —respondió el amigo.

Me arrastró unos cuantos kilómetros, donde estaba la pequeña tienda local. Se mantuvo como un guardaespaldas, mientras trataba de elegir un bikini. Era imposible ya que no había variedad. La mayoría no eran de mi talla y los que sí, eran unos hilos que solo tapaban los lugares necesarios. Escogí el que más o menos iba conmigo. Pagué antes de pasar al tocador para cambiarme.

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