Capítulo 40: Propiedad Privada

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18 diciembre 2022

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18 diciembre 2022

Kailay Real

Me acurruqué aferrándome a las colchas arrugadas, tratando de aspirar un olor que no existía más que en mi memoria. Tenía el corazón destrozado y mi mayor deseo era que doliera menos.

La rabia me consumía. Era enferma aceptar estar enamorada de alguien al que solo era capaz de producir lágrimas. El aire se atoraba en mis pulmones, las mariposas cosquilleaban en la boca del estómago y los nervios eran una anomalía en mi torrente sanguíneo.

Su esencia seguía ahí, tatuada en la mía recordándome lo mucho que disfrutaba estar con él. Era como una droga, mientras más lo consumía más daño me hacía, aun así, sentía que era incapaz de sobrevivir sin él.

No era bonita, ni perfecta y tampoco sería como Aukai, pero confiaba en que yo era suficiente. Y si no lo era para él, era mejor retirarme por más que doliera.

La madrugada me tomó entre llantos, las sábanas me abrazaban y las almohadas eran los brazos que me consolaban.

Antes de él, no sabía lo que era sentirse vivo y muerto a la vez. No sabía lo que significaba amar y para mí, los hombres solo eran criaturas de destrucción. No estaba lejos de mis ideales, pero también eran capaz de restaurar, construir y volver a destruir.

Ans me había restaurado para destrozarme en mil pedazos. Y lo peor es que no era capaz de ponerle un alto. Y como una masoquista volvía una y otra vez donde más daño me hacían...

Desperté por el ruido que produjo la puerta al abrirse. Y sin ganas me incorporé quedando estupefacta por la nube de globos que se colaron en el techo de un rojo con blanco y volví a dejarme caer en la cama.

—Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, cumpleaños, cumpleaños, cumpleaños Kailay —entró cantando mi madre sujetando un pastel con las velas de 21 años junto a mi hermana.

Siguieron cantando, pero le prestaba más atención al dolor que martillaba mi cabeza que a ellas. Me senté fingiendo mi mejor sonrisa, sin embargo, no sirvió ya que la expresión de Danette decía todo.

—1,2,3... —contaron antes de que soplara las velas. Se suponía que debía pedir un deseo, pero no creía en eso. En la vida real los deseos no se cumplían.

—¡Felicidades mi amor! —expresó asfixiándome con un abrazo.

—¡Felicidades hermana, deseo qué sigas cumpliendo muchos años más, que tengas todo lo que anhelas y más el hombre que te sacará de la pobreza!

No pude evitar sonreír.

—Tu solo piensas en hombres y dinero —la regañó mamá.

—¿Qué? —respondió. —Es obligatorio que lo tenga, no sabe hacer nada.

—¡Gracias hermana! —gruñí entre dientes.

—De verdad te deseo lo mejor.

Me besó la frente.

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