5 Piel

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Alexei

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Alexei

Su piel era demasiado suave, parecía un puto algodón. Sus rizos estaban alborotados y mis dedos se atoraban en ellos de vez en cuando. La ropa que llevaba puesta era un chiste para mí, mostraba demasiada piel y aun así se ganaba el respeto de todos.

Lucrezia era alguien de armas tomar, pero ahora mismo mi exploración me tenía la mente nublada, se había adueñado de mis pensamientos y moría por sentir cada rincón de su cuerpo.

—Me vas a volver loco —susurré contra su piel—. Quiero...

Sus bragas cedieron y gritó de un modo chillón que me hizo reír.

—Es lo único que tengo...

—Pídeme lo que quieras y te lo daré —mis ojos encontraron sus grises orbes y ataqué entre su cuello y hombro con mis dientes.

Gimió, lo que terminó de encenderme. Me despojó de mi prenda superior y sus uñas arañaron desde mi espalda hasta mis hombros. La desnudé con prisa, quería contemplar su cuerpo, adorarlo, deleitarme con tan majestuosa mujer.

La tiré sobre la cama y sus manos viajaron desde sus muslos hasta sus pequeños senos, sus pezones resaltaban duros, igual que mi erección.

Mis dedos fueron acariciando suavemente sus piernas hasta llegar a sus rodillas, abrí más y contemplé su clítoris brillante, hinchado, con desesperación por atenderlo me acerqué, succioné y tiré suavemente con mis dientes recibiendo un gemido como premio, besé todo el rededor y mis dedos se hundieron en su carne sabiendo que dejaría marcas.

Continué mi deliciosa labor hasta sentir cómo el líquido salía de su interior, cómo se retorcía en la cama y gritaba sin cesar, intentó cerrar las piernas y la detuve, no iba a dejarla a medio orgasmo, iba a tomar todo de ella.

—Detente —jadeo—. Por favor... detente.

Besé su pelvis y mi pulgar frotó la zona hasta entrar a la entrada de su vagina, lo introduje nuevamente y me tomó del brazo enterrando sus uñas. Gimió y seguí.

— ¿Estás segura que eso quieres? —Asintió—. De acuerdo.

Intenté retirar el dedo, pero no me lo permitió. Sabía que lo estaba gozando en demasía y atendería sus necesidades como ella me lo pidiera. Yo podía dejarme dominar a su antojo y ella ni por enterada.

— ¿Tienes... algún fetiche?

Sonreí.

—No tengo un cuarto para dar placer como en las sombras de grey, soy millonario pero no soy mafioso como en los libros actuales si a eso te refieres —me acerqué al armario—. Pero tengo esto.

Saqué una corbata y juntó sus muñecas sonriendo juguetonamente.

—Esta noche soy tuya —sonrió—. Puedes hacer lo que quieras.

Dulce explosiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora