6 Juntos

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Lucrezia

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Lucrezia

Cuando desperté, no quería ni abrir los ojos, me sentía demasiado cansada aun y la comodidad que sentía era deliciosa. Me sentía pegajosa y llena de fluidos que no solo eran míos, había tenido una noche increíble y ahora tenía que volver a casa.

Me obligué a abrir los ojos y el cielo estaba claro, el otro lado de la cama estaba vacío y sentía un hueco enorme en el estómago. Fui al baño que había dentro de la recamara y traté de arreglar mi aspecto lo mejor que pude. Rebusqué por todos lados mi ropa, pero todo estaba rasgado, mis bragas inservibles y no que decir de mi falda. Me atreví a tocar la ropa que había sobre la cama y me la coloqué deleitándome con el aroma fresco que invadía al dueño de esta.

Salí y escuché ruido en la cocina, fui y encontré a una señora algo mayor que cocinaba y tarareaba alegre, pero no había rastro de los otros dos. Se giró y me miró.

—Buenos días —habló en inglés, pero su acento era del lugar.

—Buenos días —saludé en italiano—. ¿Dónde está Alexei?

—En el garaje —señaló el pasillo—. Esta afuera del lado izquierdo de la fuente, señorita.

—Gracias.

— ¿Desayuno, café?

—No, gracias.

Salí a su encuentro. Estaba en una casa desconocida, con chicos rusos y ningún arma a la mano. Iba sigilosa, no tenía zapatos y se sentía un poco fresco cuando abrí la puerta del exterior.

Caminé por las piedras y vi la cortina levantada, una melodiosa voz cantora salía y entonces lo vi, amedrentando mi pobre bestia sin mi permiso.

— ¿Qué carajos crees que haces?

Me miró y se puso de pie, su rostro mostró miedo por primera vez y me sentí orgullosa de ello. Era la reacción que esperaba de la mayoría de personas cuando me miraban por primera vez.

—Estoy...

—Dijiste que un amigo la arreglaría...

—Bueno... olvidé mencionar que soy experto en reparar motocicletas —puse los ojos en blanco y tomé una llave que había cerca—. ¡Wow! Oye, no le estoy quitando nada que no deba.

Colocó las manos al frente y entonces observé las cajas de paquetería que tenía cerca y las piezas que había quitado y estaba colocando unas nuevas.

— ¿Por qué mentiste?

—Porque quería verte otra vez.

—Pero...

—Me gustas, Lucrezia —se puso de pie y se acercó a mí, pero no bajé la guardia—. Me has gustado desde el primer instante que te vi la otra noche.

Sostuvo mi mano con la llave y la bajó, con la otra mano me tomó del mentón y me obligó a mirar sus oscuros ojos.

—Estoy dispuesto a arriesgar mi pellejo para andar con una Farina.

Dulce explosiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora