19: LA QUIMIOTERAPIA

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MATEO

Me causa emoción y tristeza que Maya vaya conmigo hoy a quimioterapia. Una de las cosas que más detesto en la vida es que las personas que quiero vean mi vulnerabilidad, y Maya es una de esas personas, con la ventaja de que ya me ha visto en mi momento más vulnerable.

Ayer me había rapado la cabeza. Iba a hacerlo yo mismo, pero necesité acudir a ella cuanto antes. No lo sé, Maya me brinda una armoniosa paz. Me coloco un gorro en la cabeza. Admito que mi cabello era una parte esencial de mí; me entristece haberlo perdido, pero me alegra que Maya me siga mirando igual.

Sé que había dicho que iba a esperar la voluntad de Dios con nosotros, si Él quiere que sea mi novia o no... pero siento que su voluntad viene muy lenta. Aunque claro, voy a esperar lo que sea y no puedo apresurar su voluntad, no seré pretencioso.

Cuando mis padres me vieron sin cabello, no pudieron fingir ni un momento más y se echaron a llorar, lo que ablandó mi corazón e hizo que yo orara todas las noches por ellos. Quizás en estos momentos siento a Dios más lejos de lo normal, pero no es cosa de sentirlo, sino de saber que Él está ahí.

Echo una ojeada al retrato de Maya y yo en la nieve. Luego me abrigo y, junto con mis padres, salimos y nos encontramos con los ojos verdes de Maya y Liam. Maya se apresura a encontrarme y me recibe con un cálido abrazo que me es imposible negar.

Maya besa mi mejilla y me da una cálida mirada para luego verla subir al auto de Liam. Es impresionante cómo una mirada puede hablar tanto y decirte que estarás bien sin decir ni una palabra.

Subo al auto de mis padres suspirando. Apenas he iniciado la quimioterapia hace unas semanas y ya estoy más que cansado, exhausto. Aparte de la pérdida de mi cabello, he perdido personas que creía que eran mis amigos, sin incluir a Lucas; a veces aún hablamos. Pero me he sentido muy mal, no he querido salir de mi habitación para nada. Pero ahora que lo pienso, debo disfrutarlo al máximo, aunque mis padres son algo estrictos con todo esto. Dicen que debo descansar, pero estoy cansado de solo dormir.

Aparte de eso, he tenido que seguir unas reglas bastante estrictas sobre mi alimentación, lo cual me desagrada completamente porque solo puedo comer verduras, frutas y cosas así.

Cuando veo por la ventana, me percato de que hemos llegado a la clínica más rápido de lo que hubiera querido. Me siento como un niño cuando lo llevan al médico para una vacuna; es una metáfora algo rara, pero los bebés no saben a qué van al hospital, y en estos momentos yo no lo sé... porque según mi cerebro estoy completamente sano, pero según los doctores... estoy muriendo.

Obviamente los doctores no me han dicho que estoy muriendo, pero ¿acaso no es obvio?

Mi padre se aparca y veo el auto de Liam aparcarse a nuestro lado. Salgo del auto esperando que Maya salga con una radiante sonrisa, y así es: sale riendo. Creo que su mirada y su sonrisa me dan otra razón más para seguir luchando, porque quiero ver esa mirada cada vez que me despierte por la mañana. Vivir juntos en Italia o Suecia y tener un montón de niños pelirrojos corriendo por toda la casa.

Maya se dirige a mí con una hermosa sonrisa y me toma de la mano para luego sumergirnos en el hospital. La doctora, como siempre, me recibe con una sonrisa.

—Buenos días, Mateo, ya sabes qué hacer —me extiende la bata, y yo suelto lentamente la mano de Maya.

—Vengo en un momento —digo, y ella asiente.

Voy al vestuario y me visto con esta triste y deprimente bata de hospital que, en lugar de alegrarme, me deprime cada vez más. Señor, necesito de tu ayuda.

Voy a mi habitación médica y me encuentro con las enfermeras preparando mi vía intravenosa mientras Maya les saca todo tipo de conversación. Está nerviosa, y cuando lo está habla hasta por los codos.

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