20: LÁGRIMAS Y LIENZOS

2 1 0
                                    

MATEO

Hoy no tengo más opciones que ir a la clínica para un análisis. Se suponía que desde hoy iba a descansar por unas semanas de la vía intravenosa, pero la doctora quiere evaluarme para ver si algunas células de cáncer se han quitado, y si no, pues, estoy muerto.

Me alisto y, antes de salir, le envío un mensaje de texto a Maya.

MATEO: Nos vemos al rato en tu jardín.

La respuesta es inmediata.

MAYA: Estoy ansiosa.

Guardo mi celular en el bolsillo y me dirijo al auto, donde mis padres yacían esperándome, y ponen el auto en marcha. Estas últimas semanas, las personas de la iglesia me han ayudado mucho; siempre me envían canastas y mensajes de texto.

Mis padres se turnan para ir a la iglesia porque no les gusta dejarme solo, un domingo mamá, un domingo papá. Me emociona mucho tener una pronta recuperación para poder ir a la iglesia.

Veo por la ventana del auto, observando las gotas caer y las nubes grises que adornan el cielo, pensando en si algún día esas nubes grises se irán y podrá salir el sol, pero esta también es una metáfora tonta...

Rápidamente llegamos al hospital y, esta vez, nos dirigimos a un laboratorio donde un doctor me esperaba.

La habitación está muy oscura; hay una puerta que lleva a donde está la máquina para la resonancia y todo está muy oscuro.

—Hola, Mateo —saluda el doctor.

—Hola —saludo.

—¿Cómo funciona esto? —pregunta mi madre.

—Bueno, primero, Mateo se va a quitar todo objeto de metal: cinturones, lo que sea de metal, fuera. Y te sugiero que te quites los tenis también —yo obedezco con lo último—. Luego te vas a acostar en esa mesa que se desliza dentro de ese tubo largo y estrecho, conocido como escáner de resonancia magnética. Es importante que te quedes inmóvil durante el escáner para obtener imágenes claras y precisas. Eso solo va a durar 30 minutos.

Eso fue demasiada información para que mi pequeño cerebro entienda, pero asiento. El doctor me da una bata que conozco muy bien, me la pongo y me lleva a otra habitación apartada, donde está todo. Me recuesta en esa mesa, por así decirlo, me coloca un cojín, observo a mi madre que está a mi lado mirándome con amor y solo suspiro.

—Y ahora, no te muevas —ordena, y mi madre y el doctor salen del laboratorio a un lugar que tiene un cristal donde pueden monitorearme.

Siento cómo la camilla se sumerge en el tubo y cierro los ojos. Puedo sentir un tipo de luz fotográfica, especialmente en mis costillas, y puedo oír un clic cada minuto.

Dejo mi cuerpo descansar sin moverme en lo absoluto cuando la imagen de Maya se me viene a la cabeza. Italia, debemos ir a Italia, se lo prometí...

Agradezco que la media hora concluyó cuando el doctor vino hacia mí y me sacó de ahí. Fueron los minutos más largos de toda mi vida.

Cuando salgo, mamá está ahí viéndome con orgullo y me abraza. No es un buen momento para morir, no puedo dejar a los que amo.

—Mañana tendrán los resultados —nos informa el doctor mientras me quito la bata.

Me aterra un poco lo que dirá el doctor, porque posiblemente yo no quiera morir, pero al final de todo, no soy yo quien decide, es Dios. Así que mi destino, mi futuro, está en sus manos.

Nos dirigimos a casa, y como mamá está obsesionada con mi alimentación, me hizo comer una ensalada verde de regreso. Al llegar a casa, me siento sumamente aliviado, y como hoy es domingo, quedé en estar con Maya, así que rápidamente me cambio de ropa y voy a casa de Maya, aunque sigue lloviendo un poco. Mi madre me obliga a tomar un paraguas antes de ir, omitiendo que ella vive justo a mi lado.

EN OTRA VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora