Sabía que era peligroso. Sabía que se metería en problemas. Sabía que esto tendría consecuencias no solo en su carrera, sino en las cadenas que aprisionaban sus tobillos. Y aun así, estaba ahí.
El aroma en la habitación de urgencias era una mezcla intensa de olores. El olor a desinfectante predominaba, con un toque fuerte de alcohol y productos químicos. El zumbido de las máquinas llegaba hasta sus oídos, recordándole que quien yacía en la cama estaba gravemente herido. El corazón de la mujer latía desbocado, sentía culpa aun cuando no era suya, pero ¿y sí lo era? ¿y si pudo hacer algo para prevenir esto? Los médicos lo dijeron, estuvo demasiado cerca. Tenía fracturas, magulladuras y huesos rotos, y las peores secuelas se las llevarían sus ojos. Sus ojos...
Katla inhaló profundo, llenando sus pulmones con el oxígeno que parecía no ser suficiente cada vez que respiraba. No debía estar ahí, no después de casi seis años de una ausencia que jamás explicó. Ni siquiera sabía qué diría o qué haría. No podía esperar a que despertara, no podía quedarse más tiempo ahí por más que lo deseara y, aun así, le era imposible tomar la decisión de levantarse y dejarlo atrás.
Se enteró de lo sucedido en la USJ, y no se suponía que abandonara todo para llegar hasta el hospital con una premura irrisoria, ni tampoco se suponía que discutiera con médicos y personal para que le permitieran ingresar en la sala donde ahora se encontraba él. Pero aquí estaba.
Los minutos pasaban y su mirada a veces llegaba hasta la puerta, esperando que nadie entrara, lo que menos necesitaba ahora mismo era encontrarse con alguien más, con alguien que la cuestionara.
Al escuchar ruidos su cabeza se volteó inmediatamente hacia la figura de Shota, esa que yacía en la camilla, vendado; solo su cabello negro y desordenado que se esparcía por la almohada era visible.
Un gruñido apenas escapó de los labios de Shota, un sonido débil que casi se perdió entre el sonido de las máquinas que monitoreaban sus signos vitales. Shota intentó moverse, pero su cuerpo dolía en todos los lugares posibles imaginables y la morfina no parecía ser suficiente. Trató de abrir sus ojos, pero no lograba ver nada, los parches y vendajes le impedían ver a su alrededor, pero los aromas familiares de desinfectante y alcohol, sumado a las memorias sobre lo sucedido, le dieron la información suficiente que necesitaba para identificar dónde estaba.
Katla trató de mantenerse inerte al percibir los movimientos ajenos, pero pronto un rostro se volteó hacia ella, uno que no parecía capaz de advertir su presencia y comprobarla mediante la vista, y, aun así, la mujer de cabello lavanda sintió su corazón paralizarse. Su pecho y cabeza fueron un mar de tumultuosos pensamientos y deseos que intentó suprimir.
Quizá Shota no podía ver, pero advirtió la presencia de alguien, y aunque estuvo tentado a forzarse y remover los vendajes de sus ojos, simplemente dijo:
—¿Hizashi? —la voz de Shota fue un gruñido, un sutil ruido, mientras pronunciaba el único nombre que venía a su cabeza; si alguien estaba ahí, probablemente era él.
Pero no obtuvo respuesta. Hizashi hubiese respondido inmediatamente, el rubio ruidoso seguro le hubiese regañado o bromeado respecto a su estado de salud actual, pero no hubo más que silencio. Shota trató de moverse hasta que sintió una mano sobre su pecho, una mano delicada que le empujaba de vuelta a la camilla. Una mano que no pertenecía ni a Hizashi ni a Kayama, porque ambos hubiesen respondido, la segunda corrigiéndole.
Un par de corazones sobresaltados estaban en esa habitación de hospital ahora mismo, ambos corriendo rápido, tanto, que aquella máquina que monitoreaba el corazón de Shota, advirtió el incremento de su actividad cardiaca, y la mujer de ojos celestes, al notarlo, se alejó de él.
La palabra estaba ahí, en la punta de su lengua, pero era un nombre que dolía demasiado pronunciar, y, aun así, se resbaló de sus labios —¿Katla?
Katla tensó su mandíbula, aliviada de que a Shota le era imposible atisbar el acongojo que reflejaban sus facciones ahora mismo.
—¿Katla eres tú? —insistió, intentando levantarse. Sabía que era improbable, la mujer desapareció hace seis años sin dejar un rastro que alguien pudiera seguir, sin dar explicación alguna.
Y dicha mujer apretó sus ojos, tragando saliva, reuniendo el valor para hablar e impedirle esforzarse de más —No te muevas, estás herido.
Era su voz, la misma voz que lo atormentó en sus pesadillas, pesadillas que pese a venir de manera menos frecuente con el paso de los años, todavía regresaban de vez en cuando a su mente cuando el aniversario de su partida se acercaba en el calendario.
Quizá estaba alucinando por los medicamentos, quizá no, pero fuera lo que fuera, Shota no podía ordenar sus ideas, sus preguntas. Quería saber tanto, pero no encontraba las preguntas correctas.
—Cuídate ¿sí? —Katla dio un paso atrás, si se quedaba más tiempo no tendría la fuerza para marcharse, y necesitaba irse, ahora. Ahora mismo antes que su determinación flaqueara.
Shota no supo qué decir en ese instante, y cuando escuchó los pasos alejarse, supo que ella se había marchado ya. No entendía por qué después de tanto tiempo. ¿Por qué ahora? ¿Por qué?
El dolor continuaba presente en su cuerpo, pero su atención estaba enfocada en los pensamientos, en los recuerdos, en cuantas veces repasó cada día lo sucedido durante toda su amistad para comprender el motivo de la súbita partida de Katla.
Y no encontraba nada.
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Somewhere Only we Know
Fanfic¿Qué haces cuando la persona más importante en tu vida desaparece sin previo aviso? ¿Cómo sigues adelante cargando el peso de tantas preguntas sin respuesta? Katla Aihara fue su ancla, el sol en su invierno. Todo. Y Desapareció sin una palabra, deja...