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Su trasero no cabía en sus pantalones, su sudadera no podía cubrir toda su barriga, la caja ya no tenía más galletas, pero nada de eso era lo que le molestaba.


-América, te preparé un poco de sopa -dijo Inglaterra colocando un tazón frente a él- Veo que terminaste esta caja de galletas, te traeré otra.

-Oye... -respondió quejándose de su camisa para detenerlo.

-¿Qué sucede, América? ¿Está todo bien? ¿Te sientes mal? ¿Quieres algo?

-Estoy bien, pero...


América mordió sus labios sin poder continuar. Inglaterra lo miró confundido, pero al ver que no decía nada, frotó su cabello y le dijo que volvería enseguida con más comida.

Frustrado, América abrazó uno de los cojines del sofá cubriendo su rostro.

Habían pasado varias semanas desde que comenzó aquella farsa de su nueva "crisis". Al comienzo fue divertido, pero conforme los días pasaron se percató de algunas cosas que le molestaban.

Para comenzar, prefería ser llamado por su nombre a ser llamado "tierno". Al comienzo no lo notó, pero pasado unos días cayó en cuenta que en ningún momento la boca de Inglaterra pronunciaba su nombre.

No comprendía el porqué. Meses atrás no pareció haber problema alguno con ello.

"¿Quieres pastel, América?" "Toma otra hamburguesa, América" "Luces tan tierno, América" 

Siempre era "América" y nunca "Alfred".

No quería quejarse, ni iniciar una pelea.

Inglaterra estaba cuidando de él incluso mejor que antes, lo consentía como nunca, dando y haciendo todo lo que él pidiera.

Todo lo que él pidiera...

Al reflexionar en ello, América creyó encontrar una rápida solución a su problema. Solo tenía que pedirlo y tenía por seguro que lo conseguiría.


-Te traje más bocadillos, América -dijo Inglaterra acercándose con una bandeja en las manos.


"América" Allí estaba de nuevo siendo llamado así. Quería pedirle tranquilamente que le llamara por su nombre, pero cada vez se sentía más falto de cordura.

En el momento en que colocó la bandeja sobre la mesa de centro, sintió que América sujetó su muñeca.


-¿Qué sucede, Amé-

-Arthur...


Inglaterra quedó algo sorprendido y confundido a la vez.


-¿Q-Qué sucede, Amé-

-¡Arthur!


Inglaterra volvió a quedar igual de sorprendido y confundido que antes, pues no comprendía qué era lo que el chico que sujetaba su muñeca deseaba.


-A-Améri-

-¡ARTHUR!

-¡POR UN DEMONIO! ¡¿QUÉ MIERDA ES LO QUE QUIERES?!


Sobresaltado le había gritado a América, pero al caer en cuenta de ello, al instante irguió su espalda, acomodó sus ropa y aclaró su garganta recuperando la compostura.


-P-Perdona... -dijo apenado- No debí contestar así. ¿Estás bien, América? ¿Requieres mi ayuda en algo?


América frunció los labios refunfuñando. Tras llamarlo "Arthur" tantas veces consideró que debía ser clara la respuesta.


-¿Acaso eres tonto? -murmuró- ¿Por qué no puedes comprender algo tan sencillo?

-¿Qué dijiste? -preguntó molesto.

-Te llame "Arthur", así que tienes que llamarme "Alfred"...

-América...


Al escuchar que a pesar de que había dicho claramente lo que quería seguía siendo llamado "América", se levantó de su asiento reclamando desesperado.


-¿Qué sucede? ¿Por qué de pronto dejaste de llamarme así?

-A-América, calmate un poco...

-¡¿Lo vés?! ¡Allí está de nuevo! ¡América! ¡América! ¡América! ¡¿Por qué no me llamas por mi nombre como antes?!

-¿N-No te gusta que te llamen "América"? Pero si siempre...

-¡Ese no es el problema! Está bien que me llamen América, está bien que me llames América, pero también me gusta que me llames "Alfred".

-P-P-Pero América...

-¡¿Por qué?! -exclamó frustrado- ¡¿Por qué no simplemente lo dices?! ¡No es tan difícil! ¡AL-FRED! ¡A-L-F-R-E-D!

-¡América!


Alfred estrelló las palmas de su manos contra su rostro completamente frustrado mientras se dejaba caer en el sofá.

Arthur solo desviaba la mirada frunciendo los labios los labios y las cejas.

Era una discusión tonta e infantil, pero ninguno estaba dispuesto a asumir la madurez necesaria para resolver el conflicto.


-No sé que sucede en esa cabeza tuya... -dijo Alfred- A decir verdad, nunca lo he sabido.

-Lo mismo digo -reprochó Arthur

-Me has estado mimando y consintiendo con todo. Haces todo lo que pido, pero no puedes hacer algo tan sencillo como llamarme por mi nombre... ¿por qué?

-N-No lo entenderías...

-¡No soy tan tonto!


A pesar de la insistencia de América, Inglaterra se negó a hablar.


-Estas pasando por un momento difícil -replicó Arthur- Por eso estoy haciendo todo lo que me pides sin oposición. Puedes pedirme lo que sea y lo haré, menos eso.

-¿Lo que sea? -preguntó desafiante.

-Lo que sea, menos eso -repitió Inglaterra.

-Bien... Entonces come eso -dijo señalando la bandeja en la mesa.


Arthur abrió los ojos sorprendido. Estaba a punto de quejarse, pero leyó los labios de América que decían provocándolo: "Lo - que - sea"

Claro que podía hacerlo. Era Inglaterra. Satisfacer las exigencias de un niño mimado no era nada.

Tragando saliva, reunió coraje. Tomó un pastelillo de chocolate y lo comió de un bocado mirando desafiante a América.


-Esto no es nada -dijo tomando una rosquilla- Incluso lo acompañaré con té. Así que te advierto que puedes hacer cuantas rabietas quieras y no me harás cambiar de opinión.

-Ya lo veremos -respondió Alfred- Después de tres bandejas estarás llorando mientras gritas mi nombre suplicando no comer más.

-¡Já! ¡Puedo comer mil y aun así no cederé!

-¿En serio? -rió Alfred- ¡Entonces demuéstramelo!

DOLCEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora