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Alfred caminaba a casa de Arthur tarareando una alegre melodía, mientras empujaba una carretilla sobre la cual cargaba una enorme pila de cosas que había comprado.

Como el héroe que era, se sentía bien haciendo felices a otros, en especial si se trataba de un sujeto rubio, de ojos verdes, cejas grandes y gruñón.


-Se siente tan bien consentir a Iggy...


Amaba al Iggy que siempre se enoja con él por no usar la ropa adecuada, que prefiere el té a los refrescos y le regaña por comer tanta comida chatarra y dulces, pero no estaba mal disfrutar de vez en cuando al Iggy que solo quiere descansar y comer.

Pensar en cómo llena sus mejillas de comida, en su voz pidiendo más, en cómo se ruborizaba su rostro cubierto de sudor, en sus estruendoso eructos, en los jadeos, en la enorme barriga... su corazón se aceleraba al pensar en ello.


-Es tan tierno e irresistible. Se ha vuelto todo un glotón y en poco tiempo estará tan gordo que tendré que usar esta carretilla para trasladarlo.


Sus pies detuvieron su andar, miró la carretilla que empujaban sus manos y sintiendo la fuerte briza golpear su rostro tuvo una revelación.

De pronto se encontraba en un campo de flores, empujando la carretilla sobre la que transportaba a Arthur, tan gordo que la carretilla le quedaba pequeña.

"¡Vamos, Al! ¡Más rápido!" exclamaba con una gran sonrisa.

"¡De acuerdo!" respondía alegre empujando con toda su fuerza.

Ambos reían, la fresca brisa acariciaba sus rostros. De pronto perdían el equilibrio, ambos tropezaban, Arthur caía de la carretilla rodando y rodando sin poder detenerse. Alfred corría a su rescaté, hasta que finalmente lograba detenerlo.

Habiendo quedado boca abajo, debía hacerlo girar boca arriba, así que hundía las manos en esa suave, cálida y enorme barriga para darle la vuelta. Luego se acercaba a su rostro, postrándose en sus rodillas mientras le preguntaba si se encontraba bien y retirando las hojas atrapadas en su cabello.

"My hero..." suspiraba Arthur con una mirada que desprendía destellos "¿Como puedo agradecerte"

"No tienes que hacerlo" decía seriamente cautivado por aquella tierna mirada "Ayudar a otros es mi trabajo"

"Pero quiero agradecerte... ¿Qué tal un beso? Es lo mínimo que puedo darle a mi salvador..."

"Supongo que debo aceptarlo. Solo un idiota, negaría un beso de tan dulces y bellos labios, y yo no soy ningún idiota. Soy un héroe"

Sosteniendo su mentón se inclinó hasta alcanzar los labios de Arthur. Las aves cantaron, los fuegos artificiales iluminaron el cielo a pesar de ser de día, sintió haber besado a un ángel que cuando separaron sus labios susurró con su tierna voz: "Te amo, Alfred"

"Y yo a tí... Arthur" respondió besándolo de nuevo.

Existiendo solamente ellos dos en el mundo, el tiempo avanzaba lentamente mientras él alimentaba aquella hermosa boca con dulces y descansaba recostado sobre la enorme barriga.


-Será como estar sobre un enorme malvavisco... -dijo sonrojado mirando al cielo.


Una descarga eléctrica de felicidad recorrió su cuerpo y volviendo a la realidad continuó su camino decidido a hacer aquella fantasía realidad.

Al llegar a la casa se encontró con un problema. Todo lo que había comprado formaba una torre tan alta que no entraba por la puerta. Considero entonces que había comprado demasiado y que quizás no debió detenerse a comprar más comida en cada restaurante que veía.

DOLCEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora