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Romano se estremecía al sentir como la lengua de España jugaba con el rizo de su cabeza, mientras forzaba a entrar sus manos bajo su pesado cuerpo para pellizcar y apretar con fuerza.


-Lovino... -susurraba España- Italia del Sur... Romano... ¿Por cuál de tus nombres prefieres que te llame?

-I-Idiota... -reclamó

-No -rió España- No puedo llamarte así


Sintió como la lengua de España tiraba de su rizo.

"Lo dejará completamente lacio a este paso" pensó apretando los puños.


-Dime, Romano... ¿Cómo terminaste en el suelo? ¿Te caíste de la cama? ¿Intentaste levantarte por algo? ¿Ibas a buscar más comida?


Romano no podía responder, solo mordía sus labios tratando de mantener la cordura.

Aquel día cuando España salió de casa, Romano continuó reflexionando en su conversación con su hermano.

El también había escuchado que Inglaterra subió de peso tras cuidar a América, así como ahora Alemania y España aumentaban de peso mientras cuidaban a él y a su hermano.

Era consciente de que España hacía el trabajo de ambos, pero ni un solo día le había visto quejarse, ni bostezar de cansancio frente a él. Aun cuando sus ojos tenías circulos negros bajo ellos, siempre resaltaba más la enorme sonrisa en su boca mientras llamaba su nombre.

Sabía que España constantemente afrontaba problemas en su casa, más ahora el trabajo extra y tener que preparar cientos y cientos de comida todo el día para él, debía estar agotado.

"Romano~ Mi adorado Romano~ Eres tan tierno~ ¿Quieres un churro? ¿O quizás más gelato? Dime que quieres comer y te lo prepararé en seguida~ ¿Quieres probar mi jugo de oliva? ¡Es delicioso!~ ¡Oh, mi Romano!~"

Aquellas palabras se repetían en su mente. Podía escucharlas tan claramente que le molestaba.


-Bueno... -murmuró- Supongo que puedo agradecerle...


Habiendo decidido aquello, ahora se preguntaba cómo podía hacerlo.

No podía pintarle un cuadro como Feliciano lo estaba haciendo para Ludwig, ni poseía gran talento en otras áreas como su hermano. Podía cocinar, pero... No sabía si su cuerpo podía atravesar la puerta de la cocina.

Buscando ideas inspeccionó todo a su alrededor hasta que finalmente sus ojos se posaron sobre el jarrón en la mesita junto a la cama.

A excepción de una, las rosas estaban marchitas. Pensó que España debió haber estado tan ocupada para percatarse de ello. Dirigiendo la mirada al otro lado, vió por la ventana el rosal en el exterior con las rosas en pleno esplendor.


-Je je -rió orgulloso- Estoy seguro que ese idiota se alegrará cuando vuelva a casa y vea que le he traído las rosas más hermosas para recibirlo. Apuesto toda la pasta del mundo a que va a llorar de felicidad.


Imaginando todos los elogios que recibiría de España, Romano se decidió a llevar a cabo su idea, pero primero tenía que ponerse de pie.

Lentamente deslizó las piernas hasta hacerlas colgar al costado de la cama. Un movimiento tan sencillo, le había dejado sin aliento y con sudor cayendo de su frente. Fue entonces que comprendió que no sería tarea fácil lo siguiente.

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