Capítulo 23

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Mel

- Mel...¿Quieres bajar ya? Se te hace tarde - me vociferaba mi mamá desde el salón.

- ¡¡¡Que ya voy mamá!!! -

Una vez más se me habían pegado las sábanas. Me estaba costando adaptarme otra vez al horario escolar. Ah sí, había olvidado comentar que estaba de vacaciones, o bueno, en realidad solo fueron unas semanas que tuvimos libres antes de empezar el nuevo semestre. Durante este tiempo estuve fuera de la ciudad, pues mis padres decidieron que sería buena idea pasar una breve temporada en San Francisco, mi antiguo hogar. Creían que sería lo mejor para ellos, que cabe destacar que su relación estaba en uno de sus mejores momentos, y la verdad me alegraba por ellos un montón. Tenerlos juntos otra vez era una especie de sueño cumplido. También pensaron que sería lo mejor para mí, dada mi situación desde aquella noche en que cenamos con Ryan. Y sé que deben estar preguntándose qué ha sido de nosotros, y bueno, no nos vemos desde aquella cena. Para ser más exacta, ni siquiera sé de él. Nunca contestó mis mensajes, ni las miles de llamadas que le hice al día siguiente. No soy capaz de describir exactamente lo mucho que he llorado en todo este tiempo. Me he cansado de rogarle a mi padre hablar sobre el tema, pues sigo confusa al no entender a qué se refería aquella noche, ni mucho menos la actitud de ambos. Lo cierto es que en estas semanas me he distraído algo, pero no he dejado de pensar en Ryan. Puede parecer excesivamente exagerado, pero incluso pronunciar su nombre me duele. El hecho de pensarlo, extrañarlo con toda intensidad y no poder hacer nada al respecto, hace que mi corazón se comprima hasta el punto de doler de una manera que sería imposible describir con exactitud. Y es aquí cuando me pregunto... ¿Por qué el amor duele tanto? Y no es la primera vez. Ya estuve una ocasión llorando a mares cuando cortó conmigo por todo el tema de sus supuestos secretos y su familia. Y ahora esto. Si es que no abandonaré jamás mi teoría de que "los chicos solo te complican la existencia".

Estoy ya lista para bajar a desayunar. Por supuesto, mi madre me lleva al colegio.
Repaso mi outfit ante el espejo. Me he puesto un conjunto de falda ajustado al cuerpo, de un color marrón, bastante bonito, y unos tenis blancos que hacen juego con todo prácticamente. Até mi cabello en una coleta alta y usé un maquillaje extremadamente sencillo. Mientras me miraba al espejo solo podía imaginarme el
momento en que le volviera a ver. Sé que quizás me derrumbaría por dentro, pero aún así me moría de ganas de verlo, de ver su reacción, y quizás poder hablar. No sé describir exactamente lo mucho que le echo de menos.
Traté de desviar mis pensamientos y me dispuse a bajar a desayunar.

- Vas a llegar tarde - reiteró mi madre.

- Que síiiii. Que ya me doy prisa - dije mientras le pegaba un bocado a mi tostada y luego bebía algo de zumo a toda prisa.

- Estás preciosa - mi madre me miró con ternura.

Sabía por qué me miraba así, quería hacerme sentir bien. Obviamente no era un día fácil para mí.

- Gracias - le sonreí tímidamente y bajé la mirada hacia la mesa.

Me terminé mi desayuno y anduvimos hacia el auto, para así emprender el camino hasta el instituto.

- Que tengas un buen día cielo - me dijo mi madre dulcemente. En sus ojos podía ver ese atisbo de compasión. No quería que me vieran así, débil, desarmada, rota.

- Tú igual mamá - dije rápido antes de que la conversación siguiera.

- Si necesitas algo me llamas urgente - dijo cuando ya estaba fuera del auto, asomando mi cabeza por la ventanilla.

- No te preocupes. Te quiero - le sonreí.

- Te quiero más - le escuché decir.

Me di la vuelta y caminé hasta mi salón de clases. Por fortuna no había llegado tarde, aún faltaban unos minutos. Cuando llegué divisé mi puesto solitario al final del salón, y me dirigí hacia él. A los pocos minutos llegó Lauren, quien de inmediato fue donde estaba.

Excusas para enamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora