Rendición

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Después del agradable paseo y una deliciosa cena con vista al mar en el restaurante la Barceloneta, regresamos al hotel con los pies molidos. Al dejarme caer sobre la cama, el teléfono de la habitación comenzó a sonar. Nick atendió.

—Buenas noches.

Su repentino y profundo silencio capó mi atención. Como si hubiera visto un fantasma, se había congelado automáticamente.

—¿Qué pasa? —inquirí.

—Es Esteban.

Salté del colchón y le arrebaté el teléfono.

—¡¿Esteban?! —exclamé.

—Hola, Adela.

Volver a escuchar su voz luego de tantos días me estremeció todo por dentro. Mi estómago dio un vuelco y mi corazón se encogió de ternura. Mi lógica y mis sentimientos me exigían que tratara el tema con delicadeza, ya que tenía más probabilidades de obtener información por las buenas que por las malas. Sin embargo, otra emoción fue la predominante.

—¡¿Cómo te atreves a desaparecer de esa manera?! —reproché—. ¡Te voy a buscar por la mañana, y mi padre y tu madre me dicen que no pueden decirme en dónde estás! ¡Voy a visitar a Ainhoa para saber si ella sabía en dónde estabas, y me dice que no tiene ni idea! ¡Ni siquiera dijiste adiós, ni siquiera dejaste una méndiga nota! ¡¿Acaso soy insignificante en tu vida?! ¡¿O nunca signifiqué algo para ti?! ¡¿Qué tienes que decir en tu defensa?!

Tras mi lista de quejas, me callé para tomar aliento. No escuché nada del otro lado de la línea durante unos segundos.

—¿Esteban? —pronuncié.

—Feliz cumpleaños.

—¿De verdad solo me llamas para desearme feliz cumpleaños después de todo lo que me has hecho pasar?

Exhaló pesadamente.

—No. ¿Recuerdas la apuesta que hicimos en Illán de Vacas?

—¿Apuesta?

—La apuesta de la radio.

—Sí.

—Como ganador te pido que dejes de buscarme.

—¡¿Qué?!

—Lo prometimos, recuérdalo.

—Esa promesa no vale nada cuando me has estado ocultándome cosas.

—Adela, por favor.

—No, necesito hablar contigo de algo importante y que me des respuestas.

—Te escucho.

Rodé los ojos.

—No, pero no así. Necesito que sea cara a cara. ¿En dónde estás?

—No puedo decírtelo.

Bufé.

—Vale. Por lo menos, creo que merezco una explicación.

—Lo siento, pero no puedo. No te molestes en buscar el número del que te marqué, no te dará ninguna pista.

—¡Esteban, no puedes hacerme esto!

—En serio lo siento. Adiós —se despidió antes de colgar.

—¡Esteban!

Enfadada, solté violentamente el teléfono, dejándolo caer sobre el suelo, y me sostuve sobre la silla del escritorio.

—No sé si estar enfadada o feliz —dije.

—¿Feliz?

Antes de que pudiera hacerle una aclaración a Nick, alguien tocó la puerta. Seguida de mi amigo, vi a través del ojo visor que se trataba de un botones, así que quité el seguro y abrí.

¡Tu estúpido rostro!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora