La cabrita de la concordia

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—¿Hola, Aarón? —dije con el teléfono sobre el oído.

—¡Hola! Disculpa que no haya podido llamarte; el tema de la fiesta me mantuvo bastante ocupado. Pero me alegra escucharte.

Sonreí ampliamente.

—A mí también, no tienes idea. ¿Cómo has estado?

—No ha pasado nada tan interesante. La fiesta estuvo bien, solo hacías falta tú.

Suspiré.

—No sabes cuánto me hubiera gustado estar allí.

—¿Qué tal todo por allá?

—Bastante interesante, por no decir un infierno.

—¿Lo dices por Esteban?

Exhalé pesadamente.

—He sabido llevar la situación, pero el imbécil no me la ha puesto para nada fácil.

—Vale. Ya me contarás cuando regreses, así veremos si es necesario darle su merecido. Mira... Tengo algo importante que decirte.

—¿Sí?

—Mis padres planearon un viaje familiar sorpresa a Nueva Zelanda y... No creo que me sea posible comunicarme contigo debido a la distancia. Nos vamos mañana.

Mi sonrisa se desvaneció automáticamente al escuchar tal noticia.

—Entiendo...

—Pero haré lo posible por encontrar una manera de mantenernos en contacto. Candela puede ser nuestra mensajera, ya conversé con ella del tema.

—Me parece bien.

—Vale. Tengo que irme.

—Está bien.

—Nada más es un verano, Adela, ánimo. No te preocupes por el imbécil y no dejes que nada lo estropee. Intenta que sea mejor y más inolvidable de lo que esperabas.

—Lo haré —aseguré, esbozando una sonrisa.

—Así nos moriremos de ganas de escuchar todas las aventuras y experiencias que cada uno tuvo.

Reí levemente.

—Daré mi mayor esfuerzo.

—Esa es mi chica.

—Que disfrutes tu viaje. Cuídate, te amo.

—Adiós, besos.

Tras colgar el teléfono, y en un intento de levantarme un poco el ánimo, le marqué a mi amiga, pero no contestó. A paso lento, salí de la casa de Carmen, quien se había quedado en la entrada conversando con el idiota.

—¿Todo bien, cariño? —preguntó mi vecina al constatar mi cara larga.

—Sí, gracias por prestarme su teléfono y estar al pendiente de mis llamadas, de verdad — agradecí, dedicándole una falsa sonrisa para que no preguntara más.

—No hay de qué, usadlo cuando gustéis. ¿No os apetece merendar con nosotros?

—Es muy amable de su parte, pero creo que Adela está agotada, y sería mejor si descansara —dijo el borde, notando mis nulas ganas de socializar a pesar de mi pequeña actuación.

—Comprendo, será en otra ocasión. Que tengáis un buen descanso.

—Igualmente.

Tras despedirnos, regresamos a casa. Pasé de largo la bicicleta que reposaba sobre la pared del pasillo y entré a la cocina a fin de tomar un poco de agua.

¡Tu estúpido rostro!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora