Otra versión de mí

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Tras dormir gran parte del trayecto y conversar a gusto con mi acompañante durante el resto, el chofer de mi padre nos recogió en la estación. La pena ahora había sido reemplazada por la ansiedad de regresar a casa; tenía demasiadas cosas por contarle a mi padre. Repasaba cada punto y palabra en mi cabeza como si fuera a dar una presentación importante; no quería que ningún detalle se me escapara. Al cruzar el portón y ver a lo lejos la fachada de mi casa, una gran sonrisa se dibujó en mi rostro. Cuando el chofer se estacionó y vi a mi padre esperándonos al borde del último escalón, salí velozmente del coche y me abalancé sobre él para darle un abrazo.

—Hola, papá —saludé.

—Hola, cariño—. Me apartó de él delicadamente, tomándome por los hombros, para analizarme de pies a cabeza—. Estás más delgada.

Me encogí de hombros.

—Yo diría en forma, tuve que hacer bastante ciclismo durante las vacaciones.

—¡Adela! —exclamó Aarón.

El grito intenso que provino de las espaldas de mi padre me sobresaltó. Aarón me embistió con sus brazos mientras sostenía un ramo de rosas rojas. Me centré tanto en mi padre que creí poco probable que mi novio y mi mejor amiga se dignaran a aparecer para recibirme, por lo que mi perplejidad fue mayor que mi sorpresa.

—H-hola... —titubeé, dándole dos palmadas sobre la espalda.

Tuvo la intención darme un beso, pero desvié el rostro para recibirlo sobre la mejilla. Sin embargo, pareció no percatarse de mi mensaje subliminal o, por lo menos, restarle importancia.

—Es para ti, tan hermosas como tú —afirmó, entregándome el regalo de bienvenida.

—Gracias —dije, recibiéndolo con una sonrisa fingida.

—Te dije que los dos meses pasarían rápido.

—Vaya que sí...

Le siguió Candela, quien me abrazó tan calurosamente como si no me hubiera visto en siglos.

—Es bueno tenerte de vuelta, amiga. Te extrañamos —aseguró con una sonrisa tan amplia que transmitía más miedo que afectuosidad.

Sin saber si calificar tales bienvenidas como un brutal y desconcertante ataque o un halago por tantas atenciones, como si fuera la reina Isabel, salí de mi estupefacción para aproximarme a Verónica y saludarla. Una vez cada uno con sus respectivos saludos, me dirigí hacia Aarón y Candela.

—No es que no me alegre veros, pero me gustaría pasar el resto del día con mi familia. Si no os molesta...

Aunque sus caras tuvieran sonrisas fijas como muñecos de ventrílocuo, sus miradas comunicaron entre sí cierta confusión ante mi pedido.

—No hay problema —afirmó Candela—. Pero tenemos que vernos para que me lo cuentes todo —sentenció antes de despedirse.

—A mí también —se despidió Aarón, haciendo otro intento fallido de besarme.

Con las mejillas entumecidas y los labios que, temblorosos, apenas podían mantenerse en esa posición arqueada, esperé a que se subieran a sus coches y desaparecieran por el portón para exhalar, aliviada.

—Cecilia—la llamé para que se acercara—. Colocadlas en mi habitación, por favor — solicité, pasándole el ramo.

—Con gusto, señorita.

—En fin. ¿Qué os parece si vamos a merendar a algún lugar? Los cuatro—propuse.

Mi padre y su prometida se dirigieron una mirada llena de asombro, mientras Esteban sonreía a más no poder. No era difícil suponer que le había entretenido la escena previa digna de una comedia.

¡Tu estúpido rostro!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora