Mi debilidad

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Ambos regresamos a nuestras respectivas habitaciones.

—Imbécil —refunfuñé mientras subía las escaleras.

—Arpía —dijo él, quien subía tras de mí.

—Idiota.

—Botarate.

—Qué insulto —comenté irónicamente.

Rio.

—Ni siquiera sabes qué significa.

—¿Crees que me importa? —cuestioné antes de abrir la puerta de mi habitación y cerrarla con ímpetu—. Borde —susurré.

Bajé la mirada hacia mi manchado vestido, exhalé pesadamente y me metí a bañar. Ni el más largo baño conseguiría calmarme. Ese idiota se había pasado de la raya, y ya me estaba quedando sin ideas para darle un escarmiento, así que no tuve de otra que emplear la táctica que me propuso Candela. Una vez en pijama, me puse la bata de noche, salí de mihabitación y, sin el más mínimo cuidado, toqué la puerta del imbécil, quién la abrió estando también en pijama.

—¿Qué pasó? —preguntó.

—¿Cuánto por irte de aquí de una vez por todas?

—¿Qué? —cuestionó, frunciendo el ceño.

—Italia, Timbuktu... Puedes ir a donde quieras, que yo te lo pago.

Rio.

—Primero que nada, tú no pagas nada, sino tu padre. En segundo lugar, gracias, pero no gracias. Por fin he logrado sentirme en casa, y ningún lugar ni millones de euros podrían darme eso.

—Lo dices porque no conoces en realidad lo que es la capacidad de tenerlo todo.

—El dinero no define lo que somos, Adela, pero sí en lo que podemos transformarnos — clarificó, acercando su rostro al mío—. Y en tu caso, deja mucho que desear.

El sonido de las voces de Aarón, mi padre y Verónica dirigiéndose hacia la salida me hizo ignorar al idiota. Me precipité hacia las escaleras para ver qué tal había salido todo. Al asomarme sobre la pared, Aarón me notó y, mientras se despedía de Verónica, me guiñó un ojo. Sin embargo, su sonrisa se desvaneció cuando su mirada se encontró con la delborde, quien, detrás de mí, le había tirado un beso y se había despedido sacudiendo los dedos como una princesa. Rodé los ojos y, luego de que el invitado cruzara la puerta, ambos adultos se voltearon hacia nuestra dirección.

—A vuestra habitación —ordenó mi padre.

Hicimos caso mientras ellos nos seguían y, antes de que mi padre o Verónica llegara al primer piso, le di una colleja al idiota.Sonreí satisfactoriamente para luego entrar a mi habitación y sentarme sobre la cama. Mi padre cerró la puerta al entrar.

—¿Qué está sucediendo con Esteban? —interrogó, plantándose frente a mí con los brazos cruzado.

—¿A qué te refieres? —pregunté, desviando la mirada.

—Por favor, Adela, no nos creas ingenuos como para no darnos cuenta de todo lo que ha pasado. Parecíais dos críos peleando por atención.

—No ha dejado de molestarme —me justifiqué, cabizbaja—. No me ha dejado otra opción más que defenderme.

—¿Con qué te molesta?

«Con su existencia.» Esta vez tenía que sacar lo mejor de mi creatividad para inventar una excusa convincente.

—Pues... Con Aarón.

—¿Aarón?

—Sí... Es como si no quisiera que ambos estuviéramos cerca.

¡Tu estúpido rostro!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora