¿Has oído el dicho?

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Tras llegar al garaje, nos bajamos de la motocicleta, me quité el casco y se lo entregué al idiota antes de dirigirme hacia el interior de la casa, pero me detuvo.

—Sabes algo curioso... —dijo, aproximándose—. No me había dado cuenta de que el garaje tenía cámaras de seguridad.

Esbocé una sonrisa y me volteé para quedar frente a él.

—Buen intento, pero esa cámara no funciona —informé, señalándola.

—Aparentemente, tu padre la mandó a arreglar hace unos días, y no creerás lo que encontré

—comentó mientras sacaba el móvil del bolsillo de su chaqueta para alzarlo frente a mi rostro a fin de enseñarme una grabación.

Efectivamente, era yo entrando al garaje y haciendo todo lo demás.

—¿Has oído el dicho que dice que cualquier cosa buena o mala que hagas regresa a ti? —agregó.

—Para que lo sepas, se llama karma —mascullé, apartando bruscamente el móvil de mi rostro.

—Bueno, yo no creo en esas cosas, pero creo que define muy bien esta situación —afirmó, sonriendo satisfactoriamente.

—No puedes comprobar que fui yo —aseguré, cruzándome de brazos. Sonrió ampliamente.

—Bueno... —pronunció mientras tanteaba algo más en el aparato para enseñármelo nuevamente.

En el video, aparecía él corriendo en el gimnasio.

—Ese soy yo en el mismo horario, y mi rostro es visible —añadió.

Luego de retirar el móvil, lo guardó de regreso en su bolsillo y me observó fijamente, esbozando una sonrisa que quería borrar a toda costa. Le mantuve la mirada, sintiendo como el enojo se me subía a la cabeza.

—Si eso está grabado en las cámaras de seguridad, eso significa que Cecilia y las demás personas del servicio tienen acceso a él.

—No te preocupes por eso, la borré de todos lados. Solo yo tengo acceso a él.

—¿Por qué lo hiciste? —interrogué con recelo.

—Porque esto es solo entre tú y yo —respondió, señalándome a mí primero y luego a sí mismo—. Nadie más.

Yo no era tan ingenua como para suponer que lo hacía para ser bondadoso conmigo, sino para chantajearme y sacar algún beneficio.

—¿Qué quieres? —cuestioné.

—No lo sé.... Déjame pensar... —dudó falsamente, sosteniéndose el mentón—. ¡Ah! Ya sé. Llévame a tu cita con Aarón.

—¡¿Qué?!

Reí levemente.

—Ni loca —me negué.

—Bueno...—dijo, acercándose a unos cuantos centímetros de mí—. ¿Qué diría tu padre si supiera que su pequeño retoño incriminó alguien? O peor... ¿Qué pensaría si supiera que lo hiciste para poder salir con unos amigos para beber y fumar?

—Él no creería eso—afirmé, cruzándome de brazos.

—Yo tengo pruebas; tú no.

Desgraciadamente, él tenía razón, pero lo que menos me convenía hacer era mostrarme débil.

—¿Por qué tanto empeño en entrometerte entre Aarón y yo?

—Aarón no me importa, y tú misma fuiste la que empezó con todo esto. Tú fuiste la primera en odiarme, la que decidió hacerme la vida imposible e incriminarme. La única que va a hundirte serás tú misma.

¡Tu estúpido rostro!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora