Bajo el mismo techo

60 5 20
                                    

Nos pusimos de pie enseguida mientras la ronca risa del imbécil se hacía notablemente audible. Salió de los escalones y se plantó frente a mí a un escalón de distancia.

—Supongo que estaban hablando de mí —sospechó, esbozando una sonrisa.

—¡¿Tú qué demonios haces aquí?! —me quejé.

—¿En serio creíste que podrías esconderte de mí tan fácilmente?

—¿Eso quiere decir que me seguiste? —pregunté, sonriendo maliciosamente.

—Eso quiere decir que eres pésima escondiéndote. Te vi escapar despavorida desde el pasillo con tu amiga —aclaró, dedicándole una rápida mirada a la susodicha—. Te recuerdo que yo no muerdo.

—Pero sí ahogas a las personas —dije, cruzándome de brazos. Sonrió.

—Por lo menos yo no soy el loco que investiga a la gente.

—¿Qué no te enseñaron a no meterte en conversaciones ajenas?

—No es una conversación ajena si soy el centro de ella. Reí abiertamente.

—Claro.

—Aparentemente, a ti no te enseñaron a ser educada —comentó, dirigiendo su mirada hacia Candela—. ¿Cómo te llamas?

—No —interrumpí antes de que esta pudiera pronunciar palabra—. Lo único que me falta es que la molestes a ella también.

—No parece estar molesta o incómoda. ¿O sí? —cuestionó, dirigiéndose a ella.

—Eh... Pues... —titubeó mi amiga.

La observé con los ojos entrecerrados mientras el idiota alargaba su sonrisa.

—A mí se me hace que no quieres que la conozca porque sabes bien que guarda muchos secretos —aseguró el borde.

—Confío en ella.

—Entonces no tendrías por qué "esconderla" de mí —objetó, haciendo comillas en el aire.

—No la estoy "escondiendo", imbécil —me burlé, imitando su ademán—. Simplemente, la protejo de ti.

Rio.

—Ay, Adela. Hasta que alguien no te dé un poco de tu propia medicina, no aprenderás a ser amable.

—Hasta que alguien te dé una lección, seguirás teniendo esa cara de idiota en el rostro. Sonrió, se apartó de mí y le tendió la mano a mi amiga.

—Soy Esteban —se presentó.

—Y yo Candela —devolvió el saludo, estrechando su mano.

—Mucho gusto. Me alegra saber que a ti puedo saludarte decentemente sin tener que ser insultado.

—¡Arg! —exclamé, tomando mis cosas para largarme de allí.

—¡Hey! —gritó el borde, yendo tras de mí—. ¡Tranquila, no te quitaré a tu amiga, si eso es lo que te preocupa!

Me di la vuelta para encararlo y darle un manotazo sobre el pecho, lo cual le hizo cubrírselo con una mano y sonreír.

—¡¿Por qué no puedes dejarme tranquila?!

—¿Acaso no te enseñaron que emplear la violencia no está bien? —interrogó, sobándose el área del golpe.

—¡¿Qué no te bastó con haber arruinado mi viaje?!

—Tú te lo arruinaste sola.

Exhalé pesadamente, sosteniendo el puente de mi nariz entre los dedos. Ya no lo soportaba. Por más que tuviera muchísimas ganas de destrozarlo, una vez más, no quería tener que rebajarme de nivel. Además, no valía la pena dialogar con un tipo como él.

¡Tu estúpido rostro!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora