Capítulo 3

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No llegué a la hora de almuerzo en el Gran Comedor, pero pasé por la cocina para robar un sándwich de salchicha y una manzana verde de postre. 

Ahora me encuentro corriendo hacia la clase de Hagrid. Es el primer día y los recuerdos son lo suficientemente inquietantes como para que mi estómago se revuelque. La última vez que estuve en su clase, casi muero por culpa de su pollo gigante. No quiero enfrentarme a ese desastre de nuevo.

Al llegar, me acerco a Pansy y Blaise, que están recargados contra un gran árbol. El trío de oro está cerca del semigigante, hablando muy cómodamente.

—¿Dónde estabas, cariño? —pregunta Pansy, apretando mi mano con una familiaridad que me resulta casi reconfortante. 

—Estaba hablando con mi padrino, cariño —explicó, sin apartar los ojos de Harry, que está riendo por algo que dijo Weasley. Me gusta verlo feliz, me gusta su sonrisa.

—Dray, deja de ser tan obvio —susurra Blaise, y aunque el comentario es lúdico, me resulta una molesta picadura de realidad.

—¡Buenas tardes! Soy su profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas. Me pueden llamar Hagrid. Empecemos la clase —dice Hagrid con entusiasmo desbordante. 

Se dirige hacia unos árboles frondosos y desaparece brevemente, solo para reaparecer con el maldito pollo gigante. Mi estómago se revuelve de inmediato ante las exclamaciones de sorpresa y admiración de los demás, mientras que Pansy tiene los ojos abiertos de par en par por la sorpresa.

—Este es Buckbeak, un hipogrifo macho. Es muy orgulloso. Más adelante permitiré que lo acaricien, pero primero abran su libro en el capítulo uno, donde se encuentran las características de un hipogrifo —explica Hagrid. 

Miró a Harry, quien ha atado su libro con el mismo tipo de cinturón que el mío, y una pequeña chispa de complicidad se enciende en mi pecho.

—¿Cómo se supone que lo abriremos? Este libro solo ha intentado morderme desde que lo compré —exclama un Slytherin, su desagrado palpable. 

Hagrid hace una mueca de dolor casi imperceptible. Me doy cuenta de lo fácilmente herible que es este grandulón y me siento un poco culpable por ello.

—Bueno, es muy fácil hacerlo. ¿Nadie lo ha descubierto? —pregunta Hagrid, mirando a la clase con desesperanza. Al ver que nadie responde, dirige su mirada hacia Hermione, pero ella baja la mirada, avergonzada. 

Yo soy el único que sabe la respuesta.

—Solo hay que acariciar el lomo del libro, profesor Hagrid —digo con indiferencia. 

Los ojos de Hagrid se iluminan con sorpresa y gratitud, y puedo sentir el peso de las miradas curiosas sobre mí. La mirada de Harry es especialmente intensa, pero no me atrevo a corresponderla. Sus ojos esmeralda tienen un poder sobre mí que no puedo explicar.

—Excelente, señor Malfoy. Cinco puntos para Slytherin —dice Hagrid, y la clase empieza a abrir sus libros mientras el ambiente se calma. Me siento satisfecho, pero también incómodo por la atención.

—¿Qué fue eso, Dray? —pregunta Pansy mientras pasa la página de su libro. Su tono es curioso, pero también ligeramente acusador.

—No sé a qué te refieres, cariño —respondo con indiferencia, ganándome una mirada de incredulidad. 

—No te hagas el tonto, Draco. Desde cuándo eres amante de los semigigantes. Son inmundicia para la comunidad mágica, crueles y malvados —exclama Pansy en voz alta, lo que provoca que Harry nos dirija una mirada llena de odio.

—Cálmate, cariño. Hablemos de esto más tarde en la sala común —susurro en su oído, rodeando sus hombros con mis brazos. —Por favor, Pansy —ella suelta un resoplido de enojo, pero se calla. Sabe que casi nunca digo "por favor" si no es algo necesario.

Escucho una falsa tos proveniente de Hagrid, quien se acerca al maldito pollo gigante.

—Bueno, necesito un voluntario para que se acerque a Buckbeak. Por favor, den un paso al frente —me recargo en el árbol, esperando que el valiente y atractivo Potter sea empujado por la comadreja para montar ese hipogrifo. 

Me recargo contra el árbol, esperando que el valiente y atractivo Potter sea empujado por la comadreja. Harry montando al hipogrifo parece una imagen sacada de un sueño, y me doy cuenta de que me estoy perdiendo en pensamientos nada puros. Antes de poder negarme, siento una mano en mi espalda que me empuja hacia el frente. Miró a Blaise, que se ríe abiertamente de mi situación.

—Profesor, Draco me comentó que estaba emocionado por acariciar un hipogrifo. No lo admitirá, pero siempre ha querido uno de mascota —dice Pansy con una dulzura fingida, y la mirada de Hagrid es ingenuamente complacida. 

—Oh, muy bien, señor Malfoy. Acérquese despacio —dice Hagrid, y mientras lo hago, mi mente está llena de ansiedad. Quiero hacerlo bien; no quiero lastimarme con esas garras temibles. —Muy bien, Draco. Ahora inclina la cabeza, pero no apartes la mirada de sus ojos. Nunca debes apartar la mirada —me instruye. 

Miro los ojos del hipogrifo y le suplicó en silencio que no me lastime. Hay una conexión inesperada cuando el hipogrifo toca mis mejillas con su pico, y una extraña sensación de aceptación me envuelve.

—A Buckbeak le caíste bien. Nunca se había acercado primero a nadie. Ahora puedes montarlo. Debes tener cuidado con las alas y sentarte detrás de ellas —dice Hagrid. 

Me siento incrédulo y nervioso. 

—Eres muy lindo, pollito. Así que no me tires, por favor —susurro en voz baja para que nadie me escuche.

El hipogrifo se agacha, invitándome a montar. Sus plumas son sorprendentemente suaves, y me aferro a ellas mientras me subo. Hagrid sonríe como un tonto, y antes de que pueda arrepentirme, el pollo gigante despliega sus alas y empieza a volar.

El aire fresco del cielo se encuentra conmigo en un abrazo inesperado. Siento cómo el suelo se aleja lentamente, y me sorprendo de la ligereza con la que volamos, como si estuviéramos desafiando las reglas de la gravedad y las preocupaciones del mundo. 

Al principio, el deslizamiento es suave y casi imperceptible. El cielo se expande ante mis ojos en una gama infinita de azules, y el campo de visión es más amplio que en cualquier otro momento de mi vida. El viento acaricia mi rostro, desordenando mi cabello y llevándose con él las preocupaciones que han atormentado mi mente. Cada latido de mi corazón parece sincronizado con el batir de las alas de Buckbeak, y por un momento, todo se siente en perfecto equilibrio.

Mi agarre en sus plumas es firme, pero no forzado. Me siento sorprendentemente seguro, a pesar de la altura vertiginosa. La sensación de volar, de dejar atrás la tierra y las ataduras que me han mantenido prisionero durante tanto tiempo, es una liberación visceral. Las nubes parecen más cercanas, como si pudiera tocarlas si estirara la mano. La visión del castillo de Hogwarts desde arriba es una imagen majestuosa y pequeña, una mezcla de torres y techos que parecen tan frágiles desde aquí. Todo parece minúsculo y distante, y de repente, los problemas que antes me pesaban como rocas se vuelven diminutos.  

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Draco Malfoy y la Magia de los Retratos [Harco] [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora