𝐈𝐥𝐮𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐟𝐫𝐞𝐜𝐮𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚

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Los espacios en el corazón de Rafayel eran escasos.


Tanto esfuerzo por sobrevivir, por traer a la vida el recuerdo de todo lo que se había sacrificado hace tantos siglos lo había desgastado, manteniendo paredes muy altas a su alrededor para que nadie más pudiese acercarse.


No estoy interesado en algo como eso.”


Había sido una respuesta inmediata a la petición de la chica que se había acercado tan repentinamente a él. No sé sentía incorrecto, pero tampoco se sentía como la mejor elección de palabras. Vio la sonrisa en el rostro de ella temblar y luego asentir.


No intento convencerlo, ni acercarse forzosamente. Con una pequeña reverencia, se despidió en silencio y tomó su camino de regreso a la galería.

Ese efímero recuerdo no le molesto en absoluto los siguientes días, no cuando las coincidencias se ponían en marcha e inesperadamente, se encontro con su distante novia, la persona por la que había buscado cada vez que el ciclo volvía a reiniciarse. Evangeline.

Confirmó que no recordaba nada tan solo al escucharla hablar de forma tan distante de un lugar que había sido el hogar de ambos por un tiempo, Lemuria.

No la culpó, y con el corazón en la mano, se retiró de la cafetería con una sensación amarga que se retorcía en su vientre. Lo esperaba, pero aún así le dolió confirmarlo. Seguía siendo tan hermosa como un ocaso en el distante horizonte, su voz era como la brisa que acariciaba sus oídos y aunque no pudo percibir su olor, sabia que eso también debía mantener un tinte nostálgico consigo.

El amor era la definición de la existencia misma de Rafayel.

Aunque deseo con todas sus fuerzas reunirse con Evangeline, evitó todo contacto forzoso y decidió concentrarse en lo que traía entre manos mientras simultáneamente buscaba por ella en el rostro de cada estudiante que pasaba a su lado cada día, cada hora y cada minuto.



El recuerdo de la exhibición volvió unos días después, cuando en medio de un descanso, decidió caminar por los pasillos hacia la bodega, buscando por la escultura que había descubierto el primer día que estuvo allí.

En medio del desorden artístico, encontró que no estaba solo y que de hecho, había una persona tomando unas fotos de referencia. Al escuchar los pasos de alguien más en medio del silencio, se volteó rápidamente y la sorpresa al verlo drenó su rostro de todo color.

— Puedes seguir con lo que estabas haciendo.

Perla asintió, y estaba por voltear cuando paró en seco, y sus labios se fruncieron de forma extraña.

— Lamento haberte molestado ese día, a veces digo cosas sin pensar y... bueno, solo quería decir que lo sentía.

Sus palabras hicieron que Rafayel la mirara de nuevo, analizando el tono, su gesto, la manera en la que jugaba con la camara en sus manos antes de guardarla entre sus cosas.

— Y de hecho, ya había terminado.

Sonrió como si nada hubiese sucedido, sacudiendo su mano en forma de despedida.

— Ten un buen día, señor Qi.

Rafayel asintió, mirándola mientras pasaba a su lado, escuchando los pasos desvanecerse y la puerta cerrarse al silencio que Perla dejaba atrás.

Rafayel se sintió extraño.

Volvieron a verse durante los descansos, en la cafetería, y en las escaleras mientras Rafayel bajaba a dar clases en el taller de pintura y Perla subía por las cátedras teóricas de la tarde.

En un punto, ambos comenzaron a saludarse por cordialidad, hasta que la cordialidad se volvió en un breve "¿Cómo se encuentra, señor Qi?" o un “¿Que clase tienes ahora?" que era respondido con la brevedad correspondiente.

Era como si cada parte de esa universidad los mantuviera en un loop dónde sus interacciones se volvían inevitables.

Y por un momento Rafayel perdió el norte y se encontró esperando el saludo de Perla, ver su cabeza asomarse descuidadamente por alguna esquina de la facultad o simplemente una sonrisa breve dirigida en su dirección.

Era agradable olvidar por unos segundos la angustia que le generaba no saber que sucedería a continuación, y reemplazarla con una rutina conocida y cómod




Un sábado por la noche, decidió contactarse con su informante y pedirle que investigara a una persona en específico. Alguien que salía del círculo que siempre mantenía vigilado.

Una chica común, con una vida común. Y un origen desconocido para él.

Perla lo miró sorprendida cuando un día, Rafayel apareció en la clase de pintura que tenía a las once. La exclamación colectiva no se hizo esperar mientras todos se levantaban de sus puestos para mirarlo mejor.

Perla volvió a esconderse tras el lienzo y rogó por no ser vista. Ya era suficientemente extraña la cantidad de veces que se encontraban en la semana. Cómo una ilusión de frecuencia.

— ¿No era el amargado de Francis quien daba las clases?

— ¿Habrán cambiado los horarios? Que extraño ¿Estamos en el salón correcto?

Las especulaciones de los estudiantes no se hicieron esperar y llegaron a los oídos de Rafayel, que se apoyó en el escritorio del profesor y cruzo sus brazos frente a su pecho mientras los observaba a todos.

— Tendremos una interesante clase el día de hoy.

Hasta el momento, nadie había notado la bolsa que Rafayel traía en su mano, y que fue expuesta a los ojos de todos los presentes.

— Cada uno venga por una porción, extraeremos pigmento rojo de frambuesas y no, no pueden comerlas. Es para pintar. 

Perla fue la última en acercarse, ganándose la milésima mirada de sorpresa en varias semanas. ¡Si! Ella también estaba sorprendida, y no aguantaba la incredulidad en el rostro del artista.

— ¿Reemplazarás a Francis?

— Por un tiempo. 

Si, un tiempo estaba bien para Perla.

𝐏𝐞𝐪𝐮𝐞𝐧̃𝐚 𝐏𝐞𝐫𝐥𝐚 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora