𝐌𝐢́𝐫𝐚𝐦𝐞,

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El destino son varias caras de una misma moneda.


El proverbio estaba colgado fuera de un pequeño restaurante ubicado en la zona más tranquila de la vieja ciudadela universitaria. Antes, había sido un lugar popular y de mucho movimiento, pero como cada cosa en el mundo — y sobre todo en linkon city — su belleza tradicional fue eclipsada por las luces incandescentes de restaurantes y cafeterías con temáticas llamativas, y la música que no parecía parar jamás. El contraste entre ambos ambientes era tan grande que muchas veces, los estudiantes foráneos más jóvenes ignoraban las plazas de residencias en esa zona por la simple comodidad de un ambiente más tecnológico y avanzado. En honor a la verdad, incluso Perla ignoró ese lugar al inicio.

Fue Lana quien, por motivo de su cumpleaños, la llevó a cenar sopa de algas y luego por un postre en una de las panaderías más discretas donde el aroma a dulce de leche y ojaldre se esparcía como una sutil invitación.

Aún en las calles podría ver carritos con brochetas de todo tipo, dulces de camote o bebidas hechas con soya y gengibre que eran muy populares entre los estudiantes que visitaban la zona. El movimiento de visitantes era regular, pero no constante. Aún así, ese lugar sobrevivía a los desafíos del tiempo con la dignidad necesaria.

Perla había sido la mente maestra tras esa excursión, pidiéndole a Rafayel que lo dejara compensarlo por ayudarla a curar las heridas de sus dedos. La discusión de quién invitaba a quien duro un par de minutos con diferente tipo de argumentos, y murió en un empate diplomático.

Sin embargo, lo que inicio siendo una salida para cenar algo, terminó en el decepcionante hecho de que los dueños del restaurante habían salido por un par de días, dejando a sus comensales desamparados y, en el caso específico de Perla, hambrientos.

— Creo que nuestra cena huyó. — las palabras de Rafayel hicieron que Perla volteara con un gesto apenado, para únicamente darse cuenta que él parecía no tomarle importancia, elevando las comisuras de sus labios en una sonrisa que logró poner su mente en calma. — ¿Tenemos algún plan B para este evento desafortunado?

Perla lo pensó, mirando alrededor con la caída del sol en el horizonte que los acompañaba. No quería admitir que no había planteado una opción alterna, así que tomó a Rafayel por la manga de su abrigo beige, guiándolo consigo a dónde sea que los llevara el destino en esos momentos.

— ¿Si te dijera que no tengo idea de a dónde vamos, te marcharías? — Perla lo miró por encima del hombro, sus ojos contenían una expresión de expectacion que los volvía grandes y brillantes.

Rafayel como respuesta primaria, sujetó la muñeca de la mano que lo guiaba. Algo tan común como sentir sus dedos sobre su piel, hizo que Perla sintiera sus orejas quemando como un fogón gigante.

— Subestimas mi capacidad para caminar. Si piensas que voy a rendirme justo ahora y me iré sin cenar, estás equivocada. 

Casi podría haberlo adivinado.

Perla rio despacio, la dulzura en el tono que usó se perdió en medio de la melodía de una canción antigua proveniente de un pequeño puesto de baratijas en la esquina por la que pasaban.

El tiempo volvió el atardecer en un manto oscuro lleno de estrellas que brillaban con demasiada claridad. Mientras más caminaban, más cálida se sentía la zona donde Rafayel la sujetaba, y más cómoda se encontraba a su alrededor. Era una caída lenta en esa escena que solo había podido concebir en sus pensamientos más alucinantes.

𝐏𝐞𝐪𝐮𝐞𝐧̃𝐚 𝐏𝐞𝐫𝐥𝐚 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora