“No pasa nada a menos que primero soñemos”
– Carl Sandburg
Despertó nuevamente de ese dulce sueño.
No sabía cómo, pero desde que aprendió a soñar, parecía recordar vidas pasadas de un mundo perdido en alguna parte del espacio exterior.
Esa vez, el sueño fue diferente. Recordaba un rostro, el olor de la piel de esa persona, su sonrisa y la brisa que entraba por una ventana gigantesca. Y el oceano...
Dioses, el oceano más hermoso que pudiese imaginarse, uno que en Philos no existía. Podía recordar la brisa marina cosquilleando contra su piel y el olor del agua salada; aún al abrir los ojos sentía sus lágrimas recorriendo sus mejillas mientras veía esa hermosa imagen alejarse y desaparecer lentamente de su campo de visión.
Castillos gigantes — que las personas llamaban rascacielos — rodeaban todo. Calles coloridas y extrañas, belleza y artilugios curiosos por todas partes... arte. Su nombre era diferente en ese mundo, tenía una sonrisa brillante y era tan hermosa que daba la impresión de que estaba viendo un ángel. Y una de sus cualidades más importantes... es que en ese mundo era plenamente libre y feliz.
Se levantó de la cama de tablas duras que usaba para dormir y miró a su alrededor, un muro gris y húmedo, un techo que crujía con el viento del desierto y una ventana rota en 145 fragmentos exactos. Los había contado cada día desde que su dueño había impactado la cara de un hombre lemuriano por mirar a su mujer y posteriormente, lo había flagelado hasta la muerte.
Ciento cuarenta y cinco fragmentos, equivalentes al dolor de la esclavitud y el desamparo de un mundo donde lo bello era una posesión y no un don.
¿Su nombre? Hace tanto lo había olvidado, su madre se lo dió al nacer, y luego solo partió de ese mundo junto a su padre, lanzando la condena sobre su cuello. Había sido una mujer lemuriana hermosa, eso solían decir las sirvientas en las cocinas y mientras tendían las sábanas bajo el fuerte sol del desierto.
Ella era la mascota favorita de la pequeña dama del pabellón; tener un objeto tan caro como un lemuriano era un sinónimo de estatus y buena fortuna. Las muñecas podían ser utilizadas hasta que se rompían, era el lema que la joven ama murmuraba cada vez que la ponía bajo castigos y situaciones dolorosas.
Entonces... está pequeña mujer recordaba como se sentía el sol contra su piel, los recuerdos de alguien abrazándola con dulzura... llevándola en su espalda mientras un bosque mágico gemía con el viento. La calidez de la familia que no tuvo.
Y lo soportó.
Lo soportó todo.
Pero no pudo soportar los ciento cuarenta y cinco fragmentos que arrancaron su poca tranquilidad, el rastro de sangre que nunca se borró y los gritos de agonía que resonaron por horas. La carne flagelada era también la suya, la sangre derramada era la de su gente y el dolor era colectivo.
— Despierta, nube.— La joven ama pinchó su brazo con una aguja, riendo cuando la vio saltar y alejarse asustada.
— Si no reaccionas, no es divertido ¿Aún estás pensando en tu pequeño noviecito muerto? — La sonrisa burlona hizo que la tan llamada "nube" frunciera su ceño por un solo segundo antes de esconder su gesto. No entendía porque los amos pensaban que los esclavos copulaban y albergaban emociones románticas entre ellos. — ¿Oh? ¿Acabas de mirarme despectivamente?
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𝐏𝐞𝐪𝐮𝐞𝐧̃𝐚 𝐏𝐞𝐫𝐥𝐚
Fanfiction↛ 𝐔𝐧𝐚 𝐩𝐞𝐫𝐥𝐚 𝐧𝐨 𝐩𝐮𝐞𝐝𝐞 𝐜𝐨𝐧𝐯𝐞𝐫𝐭𝐢𝐫𝐬𝐞 𝐞𝐧 𝐮𝐧 𝐡𝐮𝐦𝐚𝐧𝐨. ✿ Inserción de OC (personaje original) dentro de la historia que ya conocemos de LnDS. ✿ Puede que haya momentos donde no me mantenga fiel al Lore del canon, o qu...