𝐓𝐨𝐫𝐦𝐞𝐧𝐭𝐚

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Cerca de las seis de la tarde, el cielo se nubló y una lluvia torrencial cayó en Whitesand bay.

El silencio en la casa facilitaba el escuchar el sonido de las gotas de lluvia golpeando furiosamente las ventanas. Perla había ido de visita como cada fin de semana, pero jamás espero que el hermoso clima se transformara repentinamente en un caos natural.

Las olas se alzaban , el mar se movía inquieto y se arrastraba por la arena de la orilla, queriendo absorber todo lo que tocaba.

Perla decidió permanecer en la sala mientras Prim y Elliot se iban a la cama, su rutina de dormir a las ocho y levantarse al mismo tiempo que el sol no se había interrumpido por los últimos doce años en que habían vivido los tres juntos.

Fue una rutina que Perla comenzó a olvidar mientras más se sumergía en el mundo artístico, encontrando su inspiración a horas donde las aves no piaban y el mundo descansaba; a veces no dormía por largos periodos y cuando lograba cerrar sus ojos, descansaba un dia entero como un muerto en vida.

Se encontraba con su tablet en mano, el docente de escultura  había puesto fecha límite para una asignación, debían presentar su proyecto y todo lo que Perla tenía era una vaga idea de lo que deseaba hacer.

Quería arriesgarse con una escultura de proporciones más grandes, podría ajustar sus horarios para lograrlo. Ahora solo debía descubrir que era eso que quería esculpir.

Cuando sintió que su cabeza comenzaba a doler, decidió que era momento de un descanso. No podría pensar bien si seguía presionando su creatividad a salir de su escondite.

Se acercó a la ventana, esperando encontrar alguna respuesta en el clima, pero todo lo que encontro fue el crujido del cielo y el movimiento errático de la marea. Y en medio de todo eso, una figura que brillaba distante en la orilla.

Perla sintió su sangre congelarse en sus venas.


Lo reconoció casi al instante, y su rostro se acercó otro poco más al vidrio que la separaba del exterior en un intento por confirmarlo. La figura se dio la vuelta y comenzó a sumergirse en el agua.

Perla no pensó en ese momento, su cuerpo comenzó a moverse rápidamente hacia la entrada de la casa y corrió cruzando la calle hacia la playa. Estaba ahí, buscándola.

Llamándola.

¿Por qué?

Sus pies descalzos se sumergieron en el agua gélida que la arrastraba impaciente a su interior, llevándola incluso cuando ella no deseaba avanzar más.

La figura no estaba por ningún lado y por un momento estuvo por voltear y luchar su camino de regreso a la arena, pero unas manos aparecieron y la abrazaron por la cintura, y un rostro cubierto por largos cabellos negros como el universo se apoyó sobre su vientre antes de jalar su cuerpo a las profundidades.

Aterrorizada, cerró sus ojos.

Unos labios fríos y bruscos se presionaron los suyos, y el oxígeno volvió a sus pulmones. No sintió frío ni la humedad del mar. Solo calma.

— Abre los ojos. — la voz era demandante, pero su tono se mantenía suave como seda.

— No puedo, tengo miedo. — una mano subió por su mejilla y Perla negó con la cabeza.

— Después de haberte otorgado un deseo tan grande, ni siquiera puedes mirar a tu benefactor. — Perla exhaló y abrió los ojos, pero mantuvo su mirada lejos del rostro del ser.

𝐏𝐞𝐪𝐮𝐞𝐧̃𝐚 𝐏𝐞𝐫𝐥𝐚 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora