𝐏𝐫𝐨𝐲𝐞𝐜𝐭𝐨

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Hay cosas que es mejor olvidarlas.

Cómo lo confirmó Perla al día siguiente de su intrépida aventura no-tan-amigable con Rafayel.

Y no era solo la situación con él; su padre también había tomado un papel inflexible y esquivo. No la miraba, no le hablaba ¡ni siquiera había querido pasarle el azúcar durante el desayuno!

Todo porque Rafayel la había llevado de vuelta a casa de sus padres en vez de esconderla en algún espacio desahuciado de su estudio. Aunque tal vez eso había sido lo mejor... no sé creía capaz de volver a ver su cara.

Nunca más.

Su comportamiento desvergonzado la había hundido directo al centro de la tierra. Y lo mejor sería quedarse allí para evitar más humillaciones públicas.

Por la tarde, cuando no soportó más la guerra fría en su pequeño nido familiar, les anunció que volvería a su departamento y la cara de Elliot se frunció como una pasa.

— Ni siquiera una disculpa, Prim. — el viejo refunfuñó y escondió su rostro tras un libro viejo. — Llega así, y luego se va. Nos volvimos un hotel.

— Es joven, son cosas que pasan, Elli — la dulce mujer le tocó el hombro y el no pareció perder la tensión en su cuerpo.

— ¿Tu conoces al muchacho de anoche? Yo jamás lo había visto en su círculo de amigos, ¡y es un circulo muy pequeño!

Perla podía escuchar todo tranquilamente desde su lugar. Aunque tampoco es como si estuviesen hablando bajo, los dos parecían querer comunicarle sus pensamientos, pero evitar interactuar con ella.

Agradecía que su madre la hubiese cuidado y cobijado, incluso que le diera la medicina y preparase comida que su estómago pudiese aguantar. Pero fuera de eso, ambos ancianos eran una tumba.

Y Perla estaba — lastimosamente — demasiado viva para ser enterrada por los dos ese día. Con un gesto de incomodidad, se aclaró la garganta y los murmullos se extinguieron casi de inmediato.

— Ya me voy, si necesitan algo pueden llamarme.

Perla estaba volteándose cuando la voz de Elliot la hizo parar en su lugar. 

— Alto ahí, jovencita, ¿A dónde crees que vas? Aún no hemos platicado.

El tono pretendía ser severo, pero la mirada preocupada y suave de Elliot lo contradecía por completo.

— Zhēnzhū, corazón. — su madre se levantó de su asiento y se acercó a ella, tomando sus manos y acariciando el dorso. — Puedes irte mañana, hoy se está haciendo tarde.

— Mamá, tengo muchas cosas que hacer aún. — su excusa era débil, y ni siquiera intento sonreír. — Merezco ser regañada, pero ¿Podrían hacerlo de una vez? No quiero que sigan enojados conmigo.

Apenas la escuchó, Elliot se levantó del sofá y Perla temió que su enfado apareciera de repente como un fuego abrazador. La condición de su padre se había deteriorado por todo el trabajo y las emociones fuertes que tuvo que digerir por años. Con un corazón débil, no se atrevía a hacerlo enojar. Tampoco deseaba decepcionarlo. A ninguno de los dos.

De inmediato su cuerpo se dobló a 90°, inclinándose con tanto respeto que casi parecía cómico. Casi. Porque realmente, era su forma de mostrarles respeto y un profundo arrepentimiento.

— ¿Sabes lo preocupados que estábamos por ti? Como es posible que mi hija se exponga así en el mundo, ¿Acaso no sabes que hay personas malas?

— Lo sé, papá, y lo siento... pero Rafayel es una persona muy buena, no corría peligro en su compañía.

𝐏𝐞𝐪𝐮𝐞𝐧̃𝐚 𝐏𝐞𝐫𝐥𝐚 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora