XXVIII

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"Te quise tanto, que cuando me rompiste el corazón, te saqué de ahí para que no te hicieras daño."

[Mario Benedetti.]

(...)

Sergio comienza a odiar la melodía de su alarma. No está acostumbrado a despertar exaltado por culpa de aquel estruendoso sonido, teniendo en cuenta que los últimos cuatro años se había despertado por la ausencia de cierta persona a su lado en la cama. No quiere pensar mucho en él.

Se estira, tomando su celular sobre la mesita de noche para desactivar la alarma y un recordatorio brilla insistentemente en la pantalla.

Aniversario.

Lee aquello y el pecho se le aprieta. No era el recordatorio más bonito que podría recibir en plena mañana, de hecho, es uno de los momentos más crueles que ha vivido en las últimas tres semanas. Desactiva la alarma, lanzando su teléfono a un lado de la cama y se hace un ovillo entre las sábanas, buscando regular su respiración que de pronto se siente errática.

Se siente diminuto, pequeño; en una habitación que cabe dos veces dentro de la que tenía en Mónaco. Aunque hay ocasiones en las que las paredes se le cierran encima. Intenta regular su respiración, inhalando y exhalando con lentitud hasta lograr normalizarla. Se levantó de la cama, el frío del suelo de madera envió un escalofrío a su cuerpo mientras las tablas chirriaban tras su paso.

Se miró en el espejo del baño y frunció las cejas. Quizás debería disfrazar esas ojeras con un poco de maquillaje, parecía un mapache en los últimos días. Repitió su rutina de todos los días, tomando un par de supresores. Su lobo estaba insoportable, y solo quería callar esa vocecita molesta en su cabeza.

Tomó una ducha y cepilló sus dientes, ocupó algo de ropa cómoda y se acercó a tomar del suelo el libro que había comprado hace unos días en la librería cerca del hotel. Hablaba sobre sucesos de la guerra. No era la temática a la que estaba acostumbrado, pero necesitaba saber que existía un sufrimiento peor que el suyo, dicha lectura se estaba encargando de ello.

Solo era un corazón roto, podía
salir adelante.

Media hora después, está en la cafetería a la que asiste todas las mañanas desde la última semana. La encantadora chica que es dueña del local, deja un café sobre su mesa y un trozo de pastel, le sonríe en agradecimiento antes de volver a sumergirse en su lectura.

-Y bien, ¿cómo va ese libro?- Checo alza la vista al escucharla hablar.

La chica está sentada en la silla libre frente a él, sus manos sosteniendo su rostro y los ojos brillantes en curiosidad. Su nombre es Victoria lo sabe porque habían hablado antes, un par de monosílabos y risitas forzadas por parte de él y varias atenciones por parte de la Omega que parecía tener una extraña predilección por regalarle dulces.

Se decidió a hablar porque sería grosero ignorar a alguien que ha sido muy amable con él en la última semana, además, ella era de Mónaco y sabe por Charles que los monegascos son confiables por naturaleza.

-¿Estoy siendo muy entrometida? Perdón, es que como vienes todos los días, pues supuse que podíamos llevarnos bien.- Confesó y sus mejillas estaban rojas. -¿Te estoy molestando?-

-Sólo me quedan cincuenta páginas.- Prefiere decir en su lugar y ella abre los ojos sorprendida.

-Lees rápido.- El Omega se encogió de hombros.

-Digamos que no puedo dormir mucho en las noches.- Admite, apuntando a las ojeras que malamente pudo cubrir. Ella asiente levemente en compresión, con las cejas fruncidas antes de levantarse de la silla y correr hacía alguna parte de la cafetería. Unos minutos después, Victoria regresa con una pequeña bolsita morada que vacía sobre la mesa, dejando a la vista varios productos de maquillaje.

▍║Pusilánime║▍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora