XXIX

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"Quiero estar contigo, no sólo ahora, ni un rato, ni siquiera varias horas. Quiero estar contigo. Así de simple. Así de siempre."

[Mario Benedetti]

(...)

Cerró sus ojos cuando el agua caliente recorrió su cuerpo, necesitaba estar sobrio. Sus músculos estaban tensos, sus feromonas se habían descontrolado y tuvo que tomar un par de supresores para adormecer a su lobo.

La presencia de Max había creado una revolución en todo su cuerpo y no sabía como aguantaría las ganas de llorar. Al fin y al cabo, el Alfa solo estaba allí para decirle lo que él ya sabía, ¿no?

Debía estar preparado de antemano para la conversación que en algún punto debían tener. Estaban todavía casados, no había sido capaz de encontrar los papeles de divorcio que Emilian tenía en su estudio. La idea inicial era esa, firmarlos antes de irse para no tener que verse más pero al parecer el Alfa los había resguardado con llave en uno de los cajones.

-Pecas, ¿está todo bien allá dentro?- La voz del rubio detrás de la puerta del baño envió un escalofrío a todo su cuerpo. -Llevas dentro media hora ya, creo que debes estar lo suficientemente sobrio en estos momentos.- El Omega se mordió los labios, conteniendo las lágrimas. -Tenemos que hablar.-

-Ya voy.- Su voz sonó como un suspiro tembloroso y sus piernas estaban débiles cuando intentó poner un pie fuera de la ducha. Limpió el espejo empañado de vapor por el agua caliente y observó su reflejo durante unos minutos. El maquillaje que había colocado Victoria ya no estaba y solo quedaba su aspecto demacrado usual.

Solo lo ignoraría, hablaría con él y resolvería lo que sea que trajera al neerlandés a Sicilia. Al salir del baño, los ojos del menor fueron hasta él. Desde su lugar en la cama, vio como el rostro del ojiazul se transformaba en una mueca al ver su aspecto. Ya sabía que lucía como la mierda, no hacía falta que se lo recordaran.

El rubio se levantó y caminó hasta él, Sergio dio un paso atrás cuando el otro estuvo tan cerca que su aroma envolvió todos sus sentidos.

-¿De qué querías hablar?- Preguntó, con el tono de voz hosco. El aludido no tenía el más mínimo derecho de mirarlo como lo estaba haciendo, como si le importara, como si le doliera el aspecto que tenía el Omega. -Es sobre el divorcio, ¿no?- Los ojos del Alfa se abrieron amplios y Checo percibió un solo sentimiento en su aroma: Ansiedad. Pura ansiedad. -Busqué los papeles el día que me fui de casa, pero no los encontré y no pude firmarlos. Supongo que estás aquí para eso, ¿no? ¿Los traes contigo?-

-¿Sabías que iba a pedirte el divorcio?- El castaño asintió. -¿Hace cuánto tiempo lo sabes?- El mexicano cerró sus puños, clavando sus uñas en la palma de sus manos. El dolor físico te distrae del dolor emocional.

-Lo sé desde que regresaste de
Tokio. Los vi en tu escritorio el mismo día que llegaste a Mónaco.- Contó y observó al aludido quien lucía pálido frente a él. -Eso no importa ahora. Solo dámelos para firmarlos y vete.- Se quedó sin aliento al terminar la oración. -Solo vete, por favor.- Pidió, con el corazón apretado en angustia. -Ya me has hecho suficiente daño, ¿no crees?- Los ojos azules del Alfa se volvieron brillantes, su aroma a lluvia apagándose lentamente mientras una mueca de tristeza se instalaba en su rostro.

-Haré lo que me pidas, pero antes escúchame, ¿sí? Llevo las tres últimas semanas buscándote como loco, necesitaba hablar contigo.- Admitió, con un tono de voz desesperado. -Sentémonos ¿de acuerdo? No quiero conversar contigo así.-

El mexicano aceptó, caminando hasta la cama para sentarse en una esquina, a una distancia prudente del neerlandés, quien solo suspiró resignado, sin atreverse a acercarse. El Omega apretó los labios, llevando su mirada hasta sus manos sobre su regazo.

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