10 curarte

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Carlos

Me sentía exhausto; no había dormido muy bien porque me daba miedo que, si me dormía, algo le podría pasar a Charles. Era tan lindo y tan frágil que, si pudiera, lo metería en una caja de cristal para que nadie le hiciera daño.

-Hola Carlos, ¿cómo te ha ido? Te noto un poco cansado, ¿estás bien? -preguntó Sergio, o Checo, como le digo. Es un muy buen amigo y psicólogo dentro de la residencia. Nos hicimos amigos hace unos años cuando yo recién entré a este hospital, y lo único que podía hablar era español. Checo fue el que me enseñó y estuvo conmigo, por eso lo considero uno de mis mejores amigos.

-¿Qué haces aquí? -pregunté tratando de no ser grosero.

-Max me contó que estuvo en tu casa.

-¿Y que me ayudó? Yo creía que ustedes ya no se hablaban.

-Claro que lo hacemos, tenemos hijos en común, ¿recuerdas?

-¿Y no piensas perdonarlo?

-Yo ni de loco, tiene que aprender que no puede golpear a la gente por cosas tan idiotas.

-Tienes razón. Pero bueno, en sí, ¿qué quieres decirme? Porque si viniste hasta acá no es para que hablemos de cómo Max no es capaz de controlar sus celos.

-Sí, tienes razón. Vengo a que me cuentes quién es ese chico y por qué te preocupas tanto por él.

-¿Prometes que no me vas a lanzar uno de tus sermones?

-No puedo prometer nada, sabes que ese es mi trabajo y además no son sermones, son consejos.

-Lo que sea. No sé qué me pasa con él, ni por qué mi corazón late rápido cuando lo veo o lo pienso, pero ese chico es el hombre del que me he enamorado. Y antes de que digas que para saber que es enamoramiento tienen que pasar más de cuatro meses, no importa el poco tiempo que pase, él es el hombre por el que daría mi vida si es necesario, porque esto que siento por él no lo he sentido por nadie.

-Ay Carlos, qué se me hace que ya te perdí. Pero si es el corazón el que lo siente, creo que tal vez no se equivoca. Lo sabremos con el tiempo.

-Eso espero, Checo.

Luego de un rato charlando, me fui a mi casa con una enorme sonrisa. Al llegar, toda la casa estaba en silencio. Avancé adentrándome por completo, buscando algún rastro de Charles. Al entrar en su habitación, allí estaba él, durmiendo como un ángel. En su cara no se notaba tristeza, sino relajación y paz. Daría lo que fuera porque siempre estuviera así, y que supiera que nadie le iba a hacer daño porque yo siempre lo iba a cuidar.

Al avanzar, una de las maderas del piso rechinó, despertando al instante a un Charles un poco adormilado, quien, al acostumbrarse a la luz, me miró y una sonrisa ladeada apareció en su cara, cosa que a mí también me hizo sonreír.

-La comida está lista -le dije, tratando de sonar lo más tranquilo posible, aunque por dentro me moría de felicidad porque, por primera vez desde que lo conozco, tuve una sonrisa sincera de su parte y eso significaba que tal vez lo que estoy haciendo es lo correcto.

-Claro -respondió con una voz un poco ronca-. Ahora bajo -dijo mientras se sentaba en la orilla de la cama, dejando ver parte de su abdomen, donde noté que no tenía nada puesto. Así que caminé al baño, sacando lo necesario para desinfectar la herida. Al regresar, me acerqué a él con cautela, tratando de no causarle miedo.

-¿Puedo curarte? -le pregunté, recibiendo un asentimiento de su parte que me permitió acercarme. Me arrodillé quedando a la altura de su abdomen, donde pude ver de mejor forma su herida, que no mostraba signos de infección. Al cabo de unos minutos, terminé mi tarea. Me levanté tratando de no causarle alguna incomodidad, pero al ver su cara de sufrimiento, lo cargué tratando de no tocar su herida. Viendo en su cara un signo de confusión que luego se convirtió en una de tranquilidad, haciéndome sonreír inconscientemente.

Charles
La habitación estaba llena de detalles que hablaban de Carlos: libros apilados en la mesita de noche, algunos abiertos como si los hubiera dejado a mitad de una lectura fascinante; una guitarra apoyada en una esquina, con las cuerdas ligeramente sueltas; y sobre la cama, una manta de colores que parecía tejida a mano. La luz suave de una lámpara de pie iluminaba el cuarto con un brillo cálido y acogedor, haciendo que las sombras danzaran en las paredes decoradas con fotografías y dibujos.

Al salir de la habitación, nos dirigímos a la cocina. La mesa estaba puesta para dos, con velas encendidas que daban un toque íntimo a la cena. Había preparado su plato favorito, y el aroma llenaba el ambiente sintiéndome feliz al instante.

Entre Sueños y Realidades (Charlos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora